Este país nuestro que últimamente apela a los niños, a ese futuro que les espera para darles la muestra de nuestro saber y entender. A ellos son a los que me gustaría hacerles una reflexión en torno a acciones o comportamientos, que no debieran ser instrumentalizados. Se les ve portando banderas, recorriendo calles, como uno más, pero en una especie de desprotección en lo que toca a esos verdaderos derechos de expresión y de salvaguarda. De hecho, en exceso se apela a ellos, como hijos y como nietos. Ahora, y en esta carrera del independentismo, con urnas de plástico, a falta de oficialidad alguna. Me gustaría decirles, a los que nos preguntan, que ir al colegio significa jugar y aprender. Algo parecido a lo que Gloria Fuertes, significó en su poema: - ¡No está mal… de todos los animales de la tierra/sólo el hombre puede leer/ para dejar de ser animal… ¡No está mal!

Me gustaría decirles a estos niños, a nuestros niños, que las cosas siempre deben hacerse de una manera, que nunca debiera ser tramposa, haciéndoles recordar la historia de Blancanieves y el empeño de la que no quería que luciera más que ella. Que yo nací en un pueblo, extremo, de Extremadura que por la distancia siempre le gustó aproximarse, encontrarse y mezclarse con los más alejados a ese lugar. Que si quieren ser Elisa la lista tienen que convencer y argumentar, pero que no caben atajos, cuando se trata de entre todos respetar unas reglas de juego. Que no puedes saltarte las reglas de juego, cuando no consigues que todos te obedezcan. Que la infancia es eso, el escenario para un aprendizaje que todos hemos de respetar y proteger. Que quizás no existan Ocas de oro, pero por ello no debemos de renunciar a la capacidad inocente y de entendimiento de los niños. Recordemos nuevamente el poema de Gloria Fuertes: Mi cara. Con mis ojos veo todo/ con la nariz hago achís / con mi boca como/ palomitas de maíz.

Este país debe de hacer algo con todo esto, sobre todo, con los más pequeños, con esas generaciones que tienen derecho a saber y conocer, pero sobre todo, que tienen que tener la consciencia de que las cosas deben hacerse de acuerdo a unas reglas de juego, que estas se pueden romper, pero no cuando uno quiera, sino cuando uno convenza a los demás. Que apelar al consenso, no es más que apelar a jugar todos juntos en el recreo, que estigmatizar al otro por ser diferente, no está bien, porque hace daño y porque significa romper con la dignidad del otro. Que jugar no es dañar cosas. Que como los músicos ambulantes, todos podemos formar parte de una misma orquesta, y que las melodías suenan mejor, si se mezclan de forma diferente.

Que este país lleva muchos años en pie, para que le den un sorpresón, porque algunos quieran romper con el espíritu de la botella, con mensajes de concordia y de larga vida en común. Que los sentimientos de pertenencia a un territorio no significan suscitar odios no entendidos hacia aquellos con los que diariamente te cruzas por las calles, y forman parte de tu propia familia.

Que este cuento no puede ser la historia de Hansel y Gretel, sólo en medio de la desesperación. Los niños deben saber que sin haber una pócima mágica, nunca vale la pena deambular solos en medio de la nada, porque la vida es la mezcla de personas, de tantas personas, que, a pesar de tener corazones, distintos, no debieran anteponer intereses más personales por el común de todos, el de entenderse y asumir las reglas de juego. Que no está bien insultar y despreciar al diferente. Que aquí cabemos todos, que los extremos se tocan, y se tocan por solidaridad. Démosles a estos niños el mejor ejemplo de sinceridad, que es hacer las cosas bien, para que jugar no sea cosa de unos y las reglas de juego, de otros. Todos estos cuentos son historias imaginarias y reales, al mismo tiempo, que sirven para ilustrar el derecho a imaginar de unos niños, y la enorme responsabilidad de unos mayores para con ellos, y que nunca sean instrumentos de nada, ni de nadie.