TVtiente uno de vacaciones y se encuentra en casa el gravoso regalo del impuesto del Ayuntamiento de Cáceres sobre bienes inmuebles y en los medios de comunicación la resistencia del mismo consistorio a una auditoría que aclare el gasto de 3,3 millones de euros, como si con los impuestos recaudados pudiera hacer cada cual lo que le viene en gana.

¿Por qué se saca pecho, se chulea y hasta se insulta ante el hecho elemental y democrático de exigir las cuentas para ver cómo se ha gastado el dinero público? Gracias a la penetración verbal de la portavocía municipal, rauda en el insulto, esquiva en las razones, y huraña en mostrar balances, podemos vislumbrar los tejemanejes, que narran el hecho, sobradamente conocido, de que donde no hay cuentas, hay cuentos.

Cualquier gerente avispado, con reflejos, hubiera expuesto las mismas ante la prensa o la comisión pertinente al primer envite. El no hacerlo demuestra que no puede y atiza aún más el pabilo de la rumorología que corre de despacho en despacho: en uno se comenta que el ayuntamiento hincha las facturas hasta límites vergonzosos (el lavado de un coche de la policía podría justificarse por 70, 80 o 129 euros), en otro que ciertos concejales, (ya sabemos los nombres) han rebasado, por decirlo bondadosamente, el presupuesto y ahora se las ven y se las desean para justificar el despilfarro, más allá se comenta la bisoñez con que se utilizaron los fondos europeos, en el otro asusta la despatrimonizaliación, y en los más sibelinos, se habla de ciertas cacerías a las que acuden, --como en el acien regimen y Dios sabrá por qué-- gente sin pedegrí.

Si a eso se une la ineptitud para cerrar las cuentas del año pasado y seguir aumentando la deuda --a día de hoy, casi 30 millones de euros-- con el aumento de nuevas operaciones de crédito, tendremos que pedir de una puñetera vez que cesen en sus tareas quienes no solo no liquidan la deuda sino que nos llevan a una bancarrota segura.

Cuando el ciudadano paga impuestos tan cuantiosos como el del IBI, puede exigir, además de transparencia y hnestidad, que su ayuntamiento no sea una riña diaria por la desconfianza, la sospecha y el recelo por el dinero público.

¡Alguien debiera poner orden en esa casa!

*Licenciado en Filología