Estamos sentados en una terraza, frente a la magnífica fachada del Teatro Nacional de San José de Costa Rica, y la profesora Carmina Labrador , ante el tamaño de los botellines de cerveza, cambia su primera petición, rechaza la cerveza sin alcohol, que había solicitado, y se aviene a compartir otra, aunque tenga alcohol, con alguno de nosotros. Entonces, hay que aclarar que habrá un vaso más que el número de botellines, y el camarero asiente con amable paciencia y añade, para subrayar que ya no hay que traer una cerveza sin alcohol, pregunta: "¿Prescindimos, pues, del cuerpo sin alma?". No es la única ocasión en la que los escritores españoles que nos encontramos en la Feria del Libro nos asombramos de los ricos giros de nuestra lengua común, pero puede que sea la primera vez que asistimos a la escucha de una metáfora tan divertida.

No hace mucho, al pasar por una calle, hemos visto un letrero donde en lugar del término estheticienne , más o menos castellanizado, hemos visto un término tan novedoso para nosotros como exacto: "suplidora de belleza". Si no tienes belleza, te la suplimos: claro como el agua. Pero a la belleza del idioma, y su rico empleo, que sería el cuerpo, habría que añadir una amabilidad permanente, una afectuosa bondad que envuelve cualquier conversación, y que sería el alma del país, o sea, sus gentes. Atraviesas un mercado como un zoco y las explicaciones gentiles y espontáneas jamás van acompañadas de una insinuación comercial. Nadie te ofrece la mercancía, y el comerciante, por modesto que sea, aguarda con dignidad la petición. Aunque Luis Landero , en su magnífica conferencia inaugural, nos ha recomendado que nos asombremos de las cosas que nos rodean, no hubiera hecho falta el recordatorio ante tanto afecto humano, tanta cordialidad espontánea y natural que nos envuelve, y que mana de cualquier persona, independiente de su categoría, es decir este alma amableque da vida al bello cuerpo de Costa Rica.