Contra el horror hecho costumbre, Ana de nombre dulce y redondo, delicada como terciopelo, suave como el sol al alba, imprescindible. Creada para vivir, gozar, sentir, reír, consolar, confortar, llorar, cuidar, medir, disfrutar, recorrer la esperanza y la luz del porvenir y al fin, muy tarde, morir, como morimos todos. ¿Quién destruyó vuestra abierta sonrisa? ¿Quién segó el camino que os quedaba por andar? Ana, amor era tu aura. A ojos vistas. Ni mal gesto ni palabra afeaba tu alma de madre, confidente, hermana, hija, mujer tocada con el don del encanto tenue y profundo. Sombra en la luz, vacío en las entrañas tu forzada ausencia sin sentido. Detrás de tu bello nombre sin presente, contra el frío anonimato de las cifras, tu memoria, la de la persona asesinada que eres, la de tu hijo muerto, la de la siempreviva sangre de los inocentes, la de vuestras dos vidas aniquiladas. Y el dolor sin medida posible de tu familia incrédula y aterrada. Lo demás es impotencia y vacío. En este año que se abre como negra oquedad, aguarda otra muerte y otra y otra, como te precedieron tantas. Y crecerá sin consuelo esa futura lista inevitable de crueldad, espanto, absurdo, porvenires machacados, sueños rotos, esperanzas amputadas, memoria insomne y dolorida de los que os quisieron tanto. Pese a leyes, tarjetas rojas, campañas, denuncias, palos de ciego, gestos huecos, impotencia, rabia y un inabarcable río de lágrimas, sin indicio de vencer el odio ciego, la maldad o arrebato o locura sin sentido, la ferocidad irracional, la muerte que llega sin amenazas ni anuncios, envuelta en silencio. Dejáis aquí a los huérfanos de una presencia irrenunciable. Mas contra la sangre cotidiana, por encima del olvido, el recuerdo luminoso de vuestras vidas truncadas tiene sentido. Actual y perenne. Contra el fracaso que no cesa, la certeza o deseo o sueño de que gozáis la paz serena, la confianza, la tranquilidad sin sobresaltos, la alegría constante, el reposo, el sosiego, la calma. Y sois felices. Aunque cueste creerlo. Como cuesta la vida.