Abogada

En demasiadas ocasiones una mujer ha tenido y tiene que pelear por su status, en una especie de rito ancestral, que le obliga a sobreactuar si quiere conseguir aquello que al hombre le viene dado. Muchos han sido y son los años de lucha del movimiento femenino en la consecución de ese reto de la igualdad. Tenemos igualdad legal, pero nos falta recorrer el largo camino de la normalización, de no extrañarse cuando observamos a una mujer arbitrando un partido de fútbol, diseñando una estrategia en el juego de once contra once, dirigiendo los designios de un partido político, liderando un movimiento sindical. Quedan muchas cuentas pendientes y, quizá, la más importante creernos nosotros mismas ese papel de igualdad. Aquél que hace que el protagonismo de una mujer no sea destacado como algo excepcional; habría que indagar en muchos de nuestros hogares y reconvenir a muchas madres de que cuando se levanten por la mañana no sean inquisitivas a la hora de hacer la cama con la chica, frente al chico.

Tengo que reconocer que uno de mis mejores regalos fue un balón de reglamento de cuero , aquella maravilla que daba vueltas fue mi gran presente, y también el elemento de la discordia para aquéllos que nunca vieron bien que una chica eligiera un balón, y no aquella muñeca que sonreía tanto como lloraba, que para mí era el mayor pelmazo, sencillamente porque no me divertía. Y todavía sigue siendo así, a pesar del tiempo trascurrido. Lo que cuesta convencer a una madre que el rosa puede ser el azul, y que el muñeco llorón le gusta al chico. Siguen existiendo, no hay duda, demasiados prejuicios, el primero de ellos el de la intolerancia de muchas mujeres.