Ante tanto río revuelto, siempre queda la apacible y trabajada imagen de quienes durante estos días decoran las calles de las ciudades. El 14-M muestra la mejor cara y, si no la hay, se maquilla hasta casi cambiar el semblante del protagonista. La arruga podrá ser bella, pero no parece que atraiga votos a tenor del denodado esfuerzo de los estilistas por mejorar lo que hay.

Para imagen, la que dan quienes se ven incapaces de ocultar su histeria y prefieren servir de correpasillos al modo sanferminero, periódico en mano.

Y para semblante serio, el que se da en el Cacereño, donde el triunvirato no parece ponerse de acuerdo en matices tan simples como la dirección técnica del conjunto verdiblanco. El club necesita algo más que unos retoques de maquillaje.

Hay que dejar el colorete para quienes saben usarlo, para quienes, desde el escenario, procuran divertir al resto; intérpretes como los que han sido galardonados con los sanpancracios, inventores de realidades que sólo buscan dejar a un lado el fango de los cauces, la histeria de los juzgados, las corbatas de doble nudo, las amistades disfrazadas o las enemistades escondidas tras los abrazos.