Con este título, evocador de sombríos escenarios, se acaba de publicar el primer volumen de los diarios del escritor extremeño José Antonio Llera (Badajoz, 1971) galardonado con el premio Café Bretón.

Frente a otros autores del género que, como Andrés Trapiello, a fuerza de consignar todo lo que les ocurre acaban por ser tan aburridos como sus propias vidas (se salvan, en el caso del leonés, páginas como las recogidas en Capricho extremeño), el diario de Llera es más bien un libro de reflexiones por iluminación, más cercano a los Cuadernos de Paul Valéry o los Pequeños tratados de Pascal Quignard.

El título, en el fondo irónico, se refiere a la cultura y la memoria como cuidados que podemos concedernos para hacer más acogedoras nuestras vidas.

Por sus páginas desfilan mitos grecolatinos y cine alemán de los años veinte, reflexiones sobre la tuberculosis o sobre la ejecución de Gadafi grabada por los móviles de sus verdugos.

Pero nada de erudición inerte: como los dedos de Pigmalión, la palabra de Llera hace cobrar vida a todo este bagaje cultural tan desconocido por la mayoría. Como dice en una de sus anotaciones: «Para los hopi, una tribu de Arizona, el tiempo era estático: no existían ni el presente, ni el pasado, ni el futuro. Así me gustaría que fueran estos cuadernos».

Ocupan un lugar especial los recuerdos de su infancia en Talavera la Real, que cobran nuevo significado a la luz de la madurez.

Es José Antonio Llera un escritor hijo del desarrollo cultural extremeño de las últimas décadas: gran jugador de fútbol y baloncesto, abandonó el deporte a favor de la literatura cuando en su pueblo se abrió una biblioteca. Su destino, por desgracia, también evidencia los vicios de por aquí: la mentalidad de clan, el enchufismo, el odio al que sobresale.

Licenciado y luego doctor por la Universidad de Extremadura, nadie merecía como él ser profesor de Teoría de la Literatura, pero por tres veces le negaron el pan y la sal para dárselos a quienes eran mucho menos brillantes, pero mucho más dóciles y pelotilleros.

Mientras que aquella carrera acabó cerrando por falta de alumnos, José Antonio Llera, después de varios años dando clases en institutos y luego en la Universidad Complutense, ha estabilizado su situación en la Universidad Autónoma de Madrid, donde es uno de los profesores más valorados.

Asimismo poeta muy original, con libros como El síndrome de Diógenes o Transporte de animales vivos es ya sin duda uno de los mejores ensayistas de su generación, y hace unas semanas obtuvo el Premio Internacional de Investigación Literaria Gerardo Diego por su libro Vanguardismo y memoria. La poesía de Miguel Labordeta.