WLw a sorda batalla entre Fernando Alonso y Lewis Hamilton por el mundial de Fórmula 1 se ha convertido en un apasionante culebrón, a juzgar por el interés que ha despertado en la audiencia. La lucha fratricida en la escudería Mercedes-McLaren reúne todos los ingredientes para convertir una pugna deportiva en un trasunto de tragedia griega en el que no faltan traiciones, complejas relaciones paterno-filiales y referencias a un destino ineludible. Lo que le está pasando al doble campeón mundial tiene en España el componente añadido del respaldo al héroe al que le ponen todas las trabas, en una suerte de confabulación que, por si fuera poco, viene de Inglaterra, un eterno adversario en el imaginario colectivo hispano. Alonso puede no ser todo lo simpático que podría esperarse de un joven campeón que viene de abajo, pero tras la carrera de Hungría, en torno al piloto asturiano se ha desatado una corriente de adhesiones que tiene mucho que ver con el apoyo al deportista maltratado en beneficio de un niño prodigio mal criado. Lo ocurrido la Fórmula 1 vuelve a poner de manifiesto cómo los intereses económicos desbordan la pura batalla deportiva. Estos días hemos podido ver que si Alonso no se va de McLaren será por el vínculo indisoluble entre el piloto y sus patrocinadores, algunos tan poderosos como Banco Santander o Mutua Madrileña. En un deporte escaparate como es el automovilismo se puede ser más o menos agresivo o estar mejor o peor dotado en circunstancias extremas, pero no pueden caber dudas sobre si se es de Camel o de Marlboro, de Vodafone o de Telefónica. Nuestros modernos iconos son, al fin, superpagados hombres anuncio.