WEwl escabroso asunto de las fotos íntimas --trucadas, como afirma hoy el alcalde de Mérida Pedro Acedo , o no-- de la concejal Gloria Constantino y de otras personas sin relevancia pública está suponiendo un terremoto que trasciende las fronteras de la ciudad y de la región, puesto que ya ha llegado a buena parte de la opinión pública española.

Es un terremoto político debido a que, como afirmaba el PERIODICO EXTREMADURA el pasado miércoles, tras el suceso se esconde la inequívoca voluntad de los autores de esta bárbara intromisión de provocar, utilizando los más viles métodos mafiosos, una crisis sin precedentes en el consistorio.

También es un terremoto político porque, tras las opiniones vertidas en las páginas de este diario por los portavoces de los partidos socialista y popular, la atmósfera de entendimiento y de unidad que parecía que se podía crear en torno a este asunto ha quedado muy pronto rota, con acusaciones mutuas y reproches explícitos de estar sacando partido de la situación.

Pero este suceso está poniendo también al descubierto un comportamiento social inquietante: la irresistible tentación que tienen muchas personas a chapotear en el morbo. ¿De qué otra manera se puede interpretar que unas fotos que destruyen la fama de ciudadanos con los mismos derechos que cualquiera a salvaguardar su honor y su intimidad sean fotocopiadas, repartidas y pegadas en las paredes de las calles de la ciudad en la que viven?

De igual modo, este infausto asunto nos ha desvelado lo extendido que está en la sociedad en la que vivimos, que tanto alardea de tolerancia, la inclinación a dictar sentencias de culpabilidad por comportamientos cuya trascendencia social es, sencillamente y se mire por donde se mire, ninguna.

¿De qué son culpables estas mujeres? ¿Por qué hay tanta gente que se siente en la obligación de actuar como miembros de un tribunal de la Inquisición y colocarlas en la picota? ¿Por qué hay tanta gente, en una sociedad avanzada y democrática como la nuestra, con esta despreocupada inclinación a apuntarse al primer pelotón de fusilamiento que se les ponga por delante? ¿Por qué hay quien no entiende que los protagonistas de estas imágenes son víctimas? En el peor de los casos, si las fotos fueran verdaderas y lo que cuentan ocurrió en realidad, ¿dónde se encuentra el daño social hecho por ellas para que tantos sientan la necesidad de condenarlas? Si esas fotos fueran verdaderas estaríamos ante un asunto sin duda desagradable para quienes lo tengan que lidiar por afectarles personalmente, pero exclusivamente doméstico.

Esta desalmada actitud atufa a desprecio por la mujer. Si los protagonistas de las imágenes fueran hombres, lo que muestran sería considerado una hazaña y las fotocopias de la misma no serían repartidas subrepticiamente porque triunfarían en más de una barra de bar.