Se levantan a veces tantas expectativas en torno a algunos acontecimientos, se ponen en ellos tantas esperanzas, que al final resulta difícil que satisfagan todas las ilusiones, y que no haya quien, de algún modo, se sienta decepcionado.

Se habla de la refundación del capitalismo con la misma improvisada ligereza con la que se cambia el rumbo de una nave amenazada por la galerna, sin tener en cuenta que el capitalismo va más allá de una mera doctrina económica, al ser el eje en torno al cual gira la maquinaria occidental, una forma de organización tan válida como cualquier tradición, costumbre o credo, algo que puede verse agonizar bajo la maraña adversa de cualquier circunstancia, pero que tiene un resurgir expansivo, y amanece como tocado por la inquebrantable magia de la vida. De lo que ahora se trata es de recuperarlo, de curarle las heridas, de modificar algunos aspectos accesorios para preservar íntegra sus esencias, apuntalar algunas de las estructuras dañadas durante este último tsunami, para evitar que el sistema perezca devorado por sus propias contradicciones.

La Cumbre de Washington es una de las últimas oportunidades que aún le quedan al sistema económico internacional, por lo que no puede ser una de esas empresas cuyo único objetivo es la escenificación de un desencuentro, ni ver reducidas sus posibilidades a las grandes declaraciones institucionales, ni a llenarse de propuestas maximalistas cargadas de buenas e irrealizables intenciones, porque junto a la fatuidad retórica deberá también reverdecer la hierba de un nuevo modelo, acorde con las necesidades de estos tiempos.

Con independecia de las conclusiones que finalmente pudieran surgir de este encuentro, el mero hecho de asistir, le habrá servido a España para situarse en el primer plano del contexto internacional, lo que supone un éxito sin precedentes para la diplomacia y para la autoestima española. Atrás quedarán las voces de quienes acusaron a Zapatero de pedigüeño y de malgastar su tiempo y sus energías en una empresa poco menos que imposible, los mismos que durante la anterior legislatura, con la pretensión de tensar la cuerda del descrédito, quisieron presentar a un presidente desubicado y víctima de una política exterior errática, centrada casi exclusivamente en objetivos marginales. Pero cuando las situación lo ha requerido, ha sabido estar a la altura de las circunstancias, con lo que el presunto déficit de su política exterior ha quedado desactivado, al haber adoptado una actitud personal audaz y arriesgada en la que ha puesto lo mejor de sí mismo, en un movimiento que algunos se atrevieron a calificar como un capricho obsesivo, carente de discreción, o una cortina de humo con la que solapar los efectos de la crisis, toda una sarta de habladurías que ahora deberían rectificar.

XUNA VEZx logrado el objetivo de asistir a la cumbre, lo que ahora procede es llenar de contenidos este espacio, aportando la experiencia de nuestro sistema financiero, porque aunque es posible y deseable que Europa acuda con una sola voz, el jefe del ejecutivo español ha tenido una reunión formal con cada uno de los representantes de los agentes sociales y con el jefe de la oposición, al objeto de conocer sus opiniones y a la vez hacerlos partícipes del proyecto, tratando de elaborar estrategias conjuntas que sinteticen los intereses y las inquietudes de los diferentes sectores.

El desafío de refundar el capitalismo tal vez pueda resultar un tanto pretencioso, en cambio pueden llegarse a acuerdos que sirvan para unificar criterios respecto a la forma de regular el sistema financiero internacional, mediante la implantación de unas normas comunes que garanticen los mecanismos de control y de supervisión, encaminados a favorecer una mayor transparencia en materia financiera, algo que impida esa desmedida voracidad que suele ir acompañada de prácticas especulativas de alto riesgo, potenciando la economía productiva más que la especulativa, la banca tradicional frente a esa otra que se hace llamar de inversión, pero sobre todo que se establezcan como órganos de referencia el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, dotándolos de una función y de unas competencias de las que en la actualidad carecen, con los rudimentos necesarios para afrontar cualquier dificultad sobrevenida. Todo ello intentando no caer en un intervencionismo excesivo que pudiera resultar una injerencia asfixiante, contraproducente e incompatible con las teorías del libre mercado.

Cuando las recetas tradicionales se manifiestan caducas e ineficaces para curar estos tipos de enfermedades nuevas generadas a raíz de la globalización, se impone buscar el pragmatismo de lo concreto, propuestas, alternativas y fórmulas prospectivas capaces hacer frente a una realidad que todavía está por descubrir.

Los verdaderos frutos de esta cumbre no tendrán un efecto inmediato, pues es casi imposible que nada grande y perdurable pueda generarse a partir de los escasos ocho minutos que durará la intervención de cada uno de los presidentes, ahora solamente se realizarán declaraciones de principios, para posteriormente en sucesivas reuniones o en grupos de trabajo llenarlas de contenido. De lo que ahora se trata es de iniciar un proceso, de dejar una puerta abierta a un futuro, presumiblemente más justo y más controlado.