El debate sobre el estado de la Nación en la calle, por cuenta de la victoria española en los Mundiales de fútbol, ha venido a resultar mucho más lucido y edificante que el debate sobre el estado de la Nación en el Congreso. En aquel primó la colaboración en torno a lo que nos une y en este la confrontación en torno a lo que nos debería unir: el interés general y la lucha conjunta contra la crisis económica.

Esta vez fue la confrontación por la confrontación. Confrontar por el gusto de confrontar, como si se tratase de dar espectáculo por encima de cualquier otra consideración. Fue el planteamiento de Rajoy y Zapatero entró al trapo. El líder del PP no quiso entrar en contenidos, por un cálculo estratégico previo que se le puede volver en contra. Rajoy se limitó a golpear por enésima vez el mismo clavo: Zapatero es un inútil y lo mejor que puede hacer es convocar elecciones anticipadas. Tampoco el presidente del Gobierno fue muy original en su discurso. La misma pedrada de siempre: Rajoy no mira por los intereses de España sino los de su partido.

Entre ambos, la intervención de Duran i Lleida (CiU), con descalificaciones equitativamente repartidas entre los dos grandes partidos. No solo en el terreno económico, señalando la desconfianza que a su grupo le inspira tanto Zapatero como Rajoy. También en el terreno político, pues a ambos acusó conjuntamente de no percibir el problema "español" -dijo-, que subyace en la reciente sentencia del Constitucional contraria al Estatuto de Cataluña.

En esas coordenadas se movió el debate, que resultó intenso, por el tono, por la agresividad desplegada por los dos principales actores, pero muy plano desde el punto de vista argumental.

En el discurso de Rajoy es muy difícil detectar un argumento distinto al de la falta de credibilidad de Zapatero. Y en cuanto a Zapatero, trató de explicar con mejor o peor fortuna.

Al margen de la situación económica del país, que ocupó la mayor parte del tiempo, la reciente sentencia sobre el Estatut planeó sobre el debate. En el caso de Rajoy, sin palabras, pese a representar al partido recurrente. No fue el caso del presidente del Gobierno, que se comprometió a acatar, cumplir y hacer cumplir la sentencia, pero perdió la ocasión de desautorizar a su compañero de partido y presidente de la Generalitat, José Montilla , que ha hecho explícita su insumisión al declarar, entre otras cosas, que no tiene por qué legislar en sintonía con la mencionada sentencia.