El debate sobre la prostitución vuelve al Congreso de los Diputados. Una moción de ERC que propone la regulación de los derechos de quienes la ejercen obligará a los diferentes grupos a definirse sobre un asunto en el que los discursos se desenvuelven entre la indefinición y las contradicciones. Sólo hay acuerdo sobre lo evidente: la persecución de aquellas redes criminales que se dedican a la trata de mujeres. ¿Abolición o regulación? Esa es la pregunta recurrente sobre la que suele articularse la discusión. Como hasta ahora no se ha obtenido respuesta, la realidad nos muestra cómo la prostitución está donde siempre ha estado, en una especie de limbo que termina siendo eficaz caldo de cultivo para que fructifiquen sus aspectos más sórdidos.

Quienes defienden que la prostitución libremente ejercida es un trabajo como cualquier otro y como tal debe ser regulada y protegida, se incomodarían si en nombre de esa normalidad se les plantease qué opinarían si su mujer o su hija se dedicasen al oficio. Quienes creen que la prostitución, en cualquier caso, es una forma de violencia sobre la mujer quedan desarmados cuando se les plantea lo evidente: si así es, por qué no se persigue hasta su erradicación.

Igual de contradictorio es que un periódico defienda una línea editorial contraria a la prostitución mientras publica anuncios que la promueven, que cargar contra esos anuncios, como acaba de hacer la ministra Bibiana Aído , sin atreverse a prohibir o a regular la actividad que publicitan. Por eso conviene no ponerse demasiado excelente con este asunto si no queremos que salten las costuras de nuestros argumentos. Y por eso quizás la propuesta sobre la regulación debería de ser considerada. Unos y otros, como fin o como medio, podrían admitirla sin dificultad.