Se dieron a conocer hace unos días los resultados de la encuesta realizada por la Consejería de Educación a alumnos, familias y docentes sobre los deberes escolares. La mayoría de los encuestados cree que los deberes son útiles para el aprendizaje y que, por tanto, conviene mantenerlos. Aun así, un porcentaje significativo de familias (en torno al 46%) afirmó que hay que hacer algo para que disminuyan, o incluso para que desaparezcan (un 7%).

Empecemos por decir que estos resultados eran esperables. Cuestionar los deberes sin hacer lo propio con el paradigma pedagógico que los ampara es trabajo baldío. Si se sigue pensando que educar consiste en exponer un currículo prefijado de contenidos y habilidades de los que el alumno da cuenta luego en los exámenes, entonces los deberes parecen imprescindibles y no hay más que discutir.

Otra cosa hubiera sido si a los alumnos, familias y docentes se les hubiera dado información sobre otros modelos pedagógicos; o, simplemente, información. Porque incluso admitiendo la confusa (y errónea) identificación entre aprendizaje y rendimiento académico (puntuación en exámenes) no conozco un solo estudio serio que avale la utilidad de los deberes para aumentar el citado rendimiento. En general, los países con más puntuación en informes como PISA son los que menos tiempo de deberes imponen a los niños. Y, a viceversa, un país tan mediocre en resultados académicos como España está, sin embargo, a la cabeza de los que machacan a los niños a deberes (el quinto de los casi cuarenta que miden los informes de la OCDE).

Otro argumento de los que defienden los deberes es que estos generan hábitos virtuosos tales como responsabilidad y autonomía, algo que no solo no está avalado por ningún estudio empírico, sino que tampoco soporta la más mínima reflexión. Resulta increíble que para generar responsabilidad y autonomía en los niños haya que obligarlos a hacer (¡no solo en la escuela sino también en casa!) lo que otro (el profesor, el libro) dice que hay que hacer. Es como tratar de inculcar el pacifismo a tortas...

Hay muchos otros motivos para que miremos con desconfianza la práctica o, cuando menos, el abuso de los deberes (suponen una intromisión en la vida familiar, disminuyen el tiempo de ocio y formación extraescolar del alumno, crean situaciones de desigualdad -hay familias más preparadas o adineradas para ayudar a los niños con los deberes-, apagan el interés de los chicos por la escuela, al aumentar el estrés y multiplicar tareas repetitivas y aburridas, etc.), pero más allá de todos estos motivos está una cierta idea, mísera y falsa, de la educación: aquella que la entiende como un penoso esfuerzo, ni deseado ni elegido por los niños, y al que, por tanto, hay que forzarles continuamente a través de tareas obligatorias.

Que esto último es falso lo demuestran los países que están a la cabeza, en cuanto a educación, en los informes internacionales, los pedagogos desde hace decenios (por no decir siglos), y los cientos de colegios e institutos españoles que, pese a las trabas burocráticas y la LOMCE, han optado por acabar no solo con los deberes, sino con los sacrosantos exámenes, las clases magistrales, la compartimentación de materias y hasta con los muros cerrados de las aulas.

En un informe reciente para la Universidad de Comillas, el sociólogo Xavier Martínez-Celorrio ha elaborado un listado de 116 escuelas innovadoras (la inmensa mayoría públicas) que triunfan en España, especialmente en las comunidades más desarrolladas económicamente, como Cataluña o el País Vasco. Sería un sueño que los niños extremeños también pudieran aprovechar esta corriente de renovación pedagógica que entiende el aprendizaje como una inclinación natural a favorecer -y no a matar- desde la escuela. Y un primer paso -ejemplar- en esta dirección podría ser el de regular de forma estricta los deberes. Aunque solo sea en casa, los niños tienen que jugar, convivir con su familia y sus amigos, o, sencillamente, hacer lo que realmente les interese a ellos, cosas, todas estas, que tienen mil veces mas relación con el aprendizaje que el penoso e inútil «hacer los deberes».