Sociólogo

Tendemos a convivir en una sociedad mundializada o globalizada, en la que un tercio de los pobladores del planeta viven con los bienes y recursos óptimos para mejorar su calidad de vida; mientras que el resto de los habitantes terrestres carecen de los medios mínimos para cubrir sus necesidades más básicas (alimentación, salud...).

Tal coyuntura es bien conocida por la mayoría de los gobernantes y ciudadanos, que no por los millones de súbditos que hay en muchos países, en donde los derechos humanos son vulnerados a diario, sin que exista una autoridad política que dirima estos conflictos en el seno de la comunidad internacional. Ahí tenemos la frágil y controlada ONU, que aún no logrado encontrar su misión mundial tras años de trayectoria aséptica ante diversos conflictos internacionales. Hemos perdido medio siglo durante la pasada centuria, en la que deberían haberse puesto los medios para crear un estado mundial que rebosara paz, igualdad y solidaridad internacional.

Con motivo de la conmemoración, hoy, del Día Internacional de los Derechos de la Infancia, quisiera compartir desde este atril mediático un recuerdo sentido por los más débiles, esos millones de mujeres, ancianos y niños anónimos que sufren las consecuencias fatales de tantas y tantas situaciones de injusticias sociales y carestías personales.

Niños y niñas que vemos de forma acomodada en las pantallas de nuestros televisores --tras solidarizarnos con los ´problemas´ de los personajes televisivos de turno--, y que padecen enfermedades crónicas y mortales, luchan en guerras fratricidas, carecen de colegios en donde educarles en otros valores, mendigando por las calles de grandes ciudades, siendo víctimas de los abusos de sus adultos,...

La cuestión sería, ¿qué podemos esperar de esos niños y niñas en una sociedad que les maltrata desde su nacimiento? Resulta ilusorio creer que saldrán adelante, cuando las estructuras políticas y económicas esclavizantes de sus países, y de los nuestros, no actúan con eficacia para erradicar esta lacra social para todos y todas, y en un futuro venidero para la Tierra.

Paradójicamente, en nuestra civilización occidental sucede algo bien distinto, como son los trastornos en la conducta alimentaria de niños y adolescentes, la falta de diálogo entre padres e hijos, el consumo compulsivo o consumismo en el que se socializan, la generación de niños con la llave al cuello, el estrés escolar y extraescolar con multitud de actividades complementarias,...

Estos podrían ser algunos de los elementos en la vida de otros millones de niños y niñas ´afortunados´.

Y la cuestión es similar a la anteriormente formulada, ¿qué conseguiremos con este ambiente de sobreprotección paterna, que pueda estar perjudicándoles en su evolución integral como personas?

Intentemos, al menos, lograr que nuestros congéneres en etapa de infancia y de juventud puedan adquirir unas pautas conductuales y escala de valores positivos en el seno de sus familias, centros educativos, barrios, localidades, etc., con la finalidad de mirar con ojos distintos ese tipo de circunstancias vitales tan desagradables para esos otros, tan olvidados en los grandes conflictos mundiales, y que resultan ser una mayoría anónima y sin voz.