Recuerdo perfectamente que cuando comencé a utilizar la idea de "nueva política" en mi blog personal (latecnicaludovico.blogspot.com.es), allá por el otoño de 2010, era complicado encontrar referencias al respecto. Introducía la expresión en Google y solo aparecían enlaces relacionados con Latinoamérica, aparte de algunas alusiones sin demasiada relevancia en nuestro país. En aquel momento quedaban aún unos meses para el estallido social del 15-M (15/05/2011).

Aludo hoy a ello -en el artículo número 100 desde que el 8 de octubre de 2012 diéramos comienzo a este espacio de reflexión- porque ahora el concepto de "nueva política" está ya completamente instalado en el espacio público. No solo es referencia habitual en los medios de comunicación, también ha pasado a formar parte del lenguaje de todos los partidos políticos. Así, lo que en 2010 no existía en el imaginario colectivo, hoy es, nada menos, que el eje fundamental: el enfrentamiento entre la vieja y la nueva política. Busquen en Google y compruébenlo. Me siento satisfecho de haber contribuido, modestamente, a este necesario debate; pero, sobre todo, estaré encantado de que se pase de las palabras a la acción con algo más de contundencia.

La idea de "nueva política" sigue teniendo, a pesar de todo, poderosos enemigos, y en todo el arco ideológico. Tres son sus grandes contendientes: quienes, desde el conservadurismo social, siempre pretenden sostener el statu quo durante el mayor tiempo posible; quienes, desde la ideología liberal, solo tienen a la política como una herramienta molesta pero necesaria para controlar el mapa económico; y quienes, desde la izquierda clásica, consideran que el mundo puede ser transformado con las mismas herramientas que en los siglos XIX y XX.

Pero la "nueva política" podrá con todos sus enemigos como los ríos inundan sus antiguos caudales, por mucho que nos hayamos empeñado en amurallarlos. Porque, en el fondo, su necesidad será la necesidad de un cuerpo sociológico ansioso por recuperar la libertad perdida. Eso hay momentos en que resulta imparable, y este puede ser uno de esos momentos.

La mayor crítica que se le hace a la idea de "nueva política" es que se parece mucho a la vieja. Claro. Igual que la primigenia rueda que se inventó en los albores de la humanidad se parecería, si pudiéramos compararla, a las que posibilitan ahora el aterrizaje de los aviones. Pero es absolutamente seguro que con aquella rueda sería imposible llevar a cabo nada de lo que hacemos con las ruedas de hoy.

Efectivamente la esencia de la política genuina es uno de los componentes básicos de los nuevos modos que deben imperar en la gestión de lo público. Recuperar todo lo que de digno tiene la acción política es la primera asignatura, pero a lo que llamamos "vieja política" no es esa tradición digna, sino su emponzoñamiento por las inercias creadas en Europa tras la II Guerra Mundial, y en España desde el Franquismo y una Transición útil pero fallida.

NO ES NECESARIO, tras 99 artículos, que repita hoy aquí qué es la vieja política. Creo, además, que la ciudadanía lo tiene, mayoritariamente, muy claro. Más complejo es definir la nueva, por tres razones: primera, estamos en pleno proceso de construcción, y nunca resulta sencillo enmarcar actos sociales mientras se producen; segunda, está asociada a cambios sociales y económicos de primera magnitud que nos dejarán un mundo diferente, difícil de atisbar aún en su globalidad; tercera, resulta imposible establecer el marco temporal en el que eso tendrá lugar.

Pero sí podemos destacar tres grandes rasgos que la van a caracterizar, y que englobarán casi todos los pequeños y medianos cambios: en primer lugar, una profunda revisión de los equilibrios entre democracia representativa, democracia participativa y democracia directa; en segundo lugar, una exigencia absoluta en la demarcación de los controles al poder; y en tercer lugar, una apuesta inexcusable por la limpieza ética y la transparencia en todo lo público. Habría que añadir, como marco necesario, la independencia radical del poder político respecto del poder económico.

Cuando escribo esto, el Gobierno del PP ya ha planteado pasar de 17.621 aforados a solo 22; Pedro Sánchez, nuevo secretario general del PSOE, ha puesto encima de la mesa una propuesta para incrementar la exigencia en la selección de los altos cargos; casi todos los partidos están inmersos en reformas internas para llevar a cabo procesos de primarias, elecciones por sufragio universal entre militantes y otras formas de acercamiento entre sus bases y sus direcciones.

Cosas que algunos pedíamos hace ya años. No nos alegramos porque nos puedan decir “llevabais razón”, sino porque disfrutamos de la política cuando ésta consiste en el uso de la razón. Lástima, solo, por el tiempo perdido. Esperemos que no sea tarde.