TNto entiendo por qué a Rodríguez Zapatero le ha costado tanto pronunciar la palabra crisis. Esa resistencia suya a soltar la oscura palabreja me ha recordado a la del duro héroe protagonista de película de espías, que es apresado por el enemigo y torturado de mil maneras para que suelte por la boca una importante contraseña, pero no hay manera, el cautivo cabezota se niega rotundamente a pronunciar la palabra que le librará del sufrimiento. Y puestos a sacar ejemplos cinematográficos para ese empecinamiento de Zapatero, sirva también el del guerrero de película fantástica que posee una palabra clave que nunca debe desvelar, porque es la que le falta al conjuro que el hechicero de la tribu enemiga de los pájaros voladores, pongamos, debe declamar para que se abran las tinieblas y el pueblo del guerrero, el de las flores rojas digamos, desaparezca de la faz de la tierra.

¿Tanto le suponía al presidente del Gobierno salir a la palestra y decir que como consecuencia de la subida del precio del petróleo, del interés de las hipotecas, de la repentina frenada de la construcción de viviendas, España ha entrado en un periodo de crisis más o menos largo, que el Gobierno intentará paliar con las medidas necesarias? Es cierto que el reconocimiento de ese periodo de crisis no ayudará a solucionarlo, pero para él supondrá que a partir de ahora la oposición sólo le achaque su pasividad ante la crisis, en vez de esto unido a su falta de sensatez por no reconocerla.

Hay cabezonerías difíciles de entender en algunos políticos. Aznar se empecinó en asegurar que en Irak había armas de destrucción masiva cuando todo el mundo opinaba lo contrario; y Zapatero se ha obstinado en negar la crisis cuando toda España dice que hay crisis. Una de las habilidades más importantes de todo político es la diplomacia: decir siempre lo que la gente quiere oír. Zapatero ha sido poco diplomático al tardar tanto en decir lo que la gente quería oír, y en este caso, debía oír.