Abogada

No siempre es fácil en una sociedad tan encorsetada como la española decir lo que se piensa, y decirlo con tal resonancia que pueda llamar la atención a aquellos oídos a los que se pretende que llegue el mensaje. Parece ser que en la noche de los Goya así ocurrió. Gentes de muy diferente procedencia decidieron utilizar la siempre mediática y sonora televisión para pronunciarse en contra de un conflicto bélico, en el que parece que nuestro país quiere actuar como aliado incondicional. Y de ese ejercicio de libertad de expresión, alguien, algunos han querido circunscribir los hechos a sólo íbamos a hablar de cine y a pasar una noche de cine. Pero ocurrió que gran parte de los presentes --protagonistas del mismo-- decidieron ir más allá y comprometerse con un espíritu, el del pacifismo por encima de todo.

La libertad de expresión es un derecho constitucional siempre a salvaguardar; intentar retraerlo a situaciones y ubicaciones interesadas no es recomendable. Y es que éste se ejercita cuando se quiere, como se puede y buscando siempre la trascendencia deseada. Por esto, el planteamiento que algunos han querido hacer de este ejercicio de libre expresión, mezclándolo con debates relacionados con la salud cinematográfica, con recorte de financiación, no deja de ser sorprendente. Flaco favor hacemos al denominado séptimo arte y a la cultura que representa si mediatizamos el apoyo a este sector. Pues cuestiones distintas son: por un lado, el derecho constitucional a decir lo que se piensa; y por otro, la protección a la cultura, que representa nuestro cine. Quizá por esto algunos fueron tan explícitos, porque se reivindicaba nuestra propia identidad, que es el valor del ser cultural.