WEwl semanario Interviú informa en el número correspondiente a esta semana de un asunto inquietante: los militares encargados de recoger todos los restos humanos de los dos pilotos que fallecieron en el accidente del avión F-5 de la Base Aérea de Talavera la Real, cuando se estrelló en las cercanías de Burguillos del Cerro el pasado 27 de enero, no llevaron a cabo su trabajo con el celo que una labor así requería. La revista ha recogido testimonios que ponen de manifiesto que, durante días, restos de los cuerpos de los dos pilotos permanecieron en el monte, sin retirar y cuando ya se habían producido los funerales de las víctimas, una de las cuales fue incinerada y la otra enterrada en Malpartida de Plasencia. Finalmente, esos restos, según testigos, se habrían enterrado en el mismo lugar del accidente y las alimañas los habrían localizado. Es demasiado espeluznante este relato como para que el Ministerio de Defensa no abra de inmediato una investigación para aclarar lo sucedido y tranquilizar a las familias de los dos militares que murieron en ese accidente. Aunque no sea comparable, el recuerdo de lo sucedido en la tragedia del Yak-42 está demasiado fresco en la memoria de los españoles como para no ser meticulosos en las pesquisas.