La falta de noticias el día de Navidad convierte el discurso del Rey en un acontecimiento sobre el que las disquisiciones se superponen, una sobre otra, como si se tratara de un texto de origen divino que requiriera una hermenéutica especial. Los discursos del Rey suelen ser bastante sensatos, bastante previsibles y llenos de sentido común. Tratar de encontrar críticas al Gobierno o a la oposición, opiniones molestas sobre nuestra legislación, o correcciones a lo expresado por determinados grupos, es como tratar de encontrar setas en una ferretería. Sin embargo, año, tras año, las palabras del Rey se analizan como si en lugar de proceder de una Casa, la Casa del Rey, donde suele asentarse la prudencia, vinieran de otro lugar.

Delfos ha desaparecido, pero sus oráculo, sus predicciones --que procedían de una pitonisa-- gozaron de un prestigio enorme, y hasta los reyes se acercaban allí a consultar, a los pies del monte Parnaso. Parece que las pitonisas --hubo hasta tres en épocas de mucha consulta-- pronunciaban mensajes anfibológicos, de tal manera que si fallaban, la culpa no era de la pitonisa, sino de la interpretación de su respuesta. Algo así sucede con el I Ching , el libro oracular chino, que proviene de 1200 años antes del nacimiento de Cristo. Leemos, por ejemplo, tras echar las piedras o las monedas: "El príncipe puede cruzar el lago, pero también en el lago hay tempestades". Está claro que si lo que vas a hacer tiene éxito, el I Ching lo había profetizado, y si es un desastre, es porque no interpretaste bien lo de las tempestades.

Ayer escuché tantas glosas y aclaraciones --interesadas, por supuesto-- sobre lo que había dicho el Rey, que parecía que en lugar de un discurso claro y fácil de entender, fuera el producto de un oráculo del Delfos desaparecido o de una frase de un libro chino, escrito hace más de tres mil doscientos años.