XLxas importantes relaciones España-Marruecos siempre han estado teñidas de pasión y de desconfianza. De nuestro lado, hay una tendencia a considerar que Rabat siempre nos sorprenderá con algo desagradable y taimado (Marcha Verde, pesca, Perejil...). Del de ellos, la percepción es parecida: España es una arrogante ingrata que siempre deja en la estacada a Marruecos en cuestiones vitales (el Sáhara, por ejemplo, donde un simple suspiro del embajador español en la ONU levanta ampollas en medio Gabinete marroquí). La actitud de los medios de información españoles hacia los políticos cherifianos, con portadas humillantes para Hassan II , y la miopía marroquí, deseada o no, en no reconocer en este terreno que aquí la prensa es una cosa y el Gobierno otra han aumentado el resquemor de nuestros vecinos.

Ambos gobiernos han querido estos días que la visita de nuestros Reyes sea un éxito rotundo, pero la polémica era inevitable. Condecoraciones vidriosas según unos, intempestivas declaraciones de Mohamed VI según otros. Con Marruecos siempre hay tela que cortar. No tengo datos sobre el tema de las medallas. Pero haré unas reflexiones sobre el desencuentro del pasado reciente entre los dos gobiernos y el Sáhara.

El enfriamiento de las relaciones hace un par de años alcanzó un momento álgido en el incidente de Perejil, aunque no era lo único que escocía a los marroquís. La descripción del acontecimiento por el rey Mohamed ha levantado ampollas en el PP, que pide al Gobierno que proteste y demande una rectificación. Yo, habiendo trabajado para varios gobiernos españoles, no me rasgo las vestiduras por el desafortunado paralelismo que hace el monarca de Franco y de Aznar , dudo que Moratinos haga ninguna protesta y hasta dudo de que el PP en el Gobierno la formulara si el aludido fuera Felipe González . Pero sí apuntaré algo.

¿Hubiese actuado cualquier Gobierno español de modo distinto del de Aznar? Oigo risitas en el PSOE sobre el comunicado de Trillo pero, dejando al lado del lirismo del exministro, no veo a ningún Gobierno español permitiendo que en un islote conflictivo, en el que ha habido un acuerdo en el sentido de que no sea ocupado por nadie, ondee la bandera marroquí y se aposente su gendarmería. No se entiende una ocupación, que parecería inmediatamente una provocación ¿Iba un Gobierno español a aceptar algo que su opinión pública consideraría una bajada de pantalones? El argumento marroquí de que se hacía (¿sin avisar?) para vigilar la inmigración clandestina no parece de recibo.

Había otro agravio marroquí, difícilmente imputable a nuestras autoridades, que parece más justificado. Me refiero al referendo sobre el Sáhara celebrado en diversas ciudades andaluzas. Aquí podía parecer una travesura disculpable. Allí irritó. Expliqué a mis colegas marroquís en la ONU que nuestros dirigentes no tenían nada que ver. Aún aceptándolo, no todos creían que el Gobierno no había podido hacer nada para detener lo que consideraban una payasada cabreante que dañaría las relaciones diplomáticas. Y es que, sepámoslo, el Sáhara es la madre del cordero en las relaciones con Marruecos. De ahí que estén complacidos ahora con la actitud de nuestro Gobierno en la que ven un giro considerable.

Nuestros vecinos nacen y se educan en el convencimiento de que el Sáhara es una provincia marroquí de la que ha surgido un problema "artificial" creado por Argelia con la ayuda de la actitud equivocadamente equidistante o proclive de España. Según esta concepción, la demagogia de Argelia, con la complicidad tácita de España, ha alimentado el tema en la ONU, lo ha agitado y ello ha llevado a varias docenas de países a reconocer a los saharauis. El análisis tiene su simplismo, las resoluciones de la ONU existen, los saharauis tienen un enorme capital de simpatía en España, lo que ningún Gobierno nuestro puede ignorar y, además, lo del hipotético tándem España-Argelia habría que cuestionarlo. Adivinen qué país tiró más del carro para que se aprobase la última resolución sobre el Sáhara que pedía una votación entre la población (julio 2003): los EEUU del no bien amado Bush fueron el mayor abogado para la aprobación por el Consejo de Seguridad del plan Baker.

Bendecido, pues, por el Consejo, el plan Baker establece una doble votación. En la segunda, cinco años después de haber escogido un Gobierno en la primera, los que residían en el territorio en el 2000 podrían pronunciarse sobre su futuro sin cortapisas. El rey Mohamed VI, convencido de la marroquinidad del Sáhara, ha repetido que nunca abandonará la soberanía de esas provincias. Quiere, por lo tanto archivar a Baker. Nuestro Gobierno, consciente de la sensibilidad marroquí, quiere, por el momento, congelarlo. El Polisario, me confiaban el mes pasado, suspira por Aznar. ¿Se lo podía él imaginar hace unos años?

*Exembajador de España en la ONU