TLtas alarmas están activadas en las redacciones de todos los medios ante el inminente anuncio de una novedad relacionada con el abandono de las armas por ETA y la apertura de un proceso de diálogo con el Gobierno. Demasiado ruido para un asunto tan delicado.

Las cosas están más o menos así: los núcleos centrales de ETA saben que la existencia de un grupo terrorista clásico es inviable en la Europa posterior el 11-S, al 11-M y al atentado de Londres. La dirección de ETA, además, es consciente de que su organización está trufada por los servicios de inteligencia español y francés. En el siguiente círculo concéntrico, el mundo abertzale sufre el cansancio terrible de la ilegalidad. Necesitan personalidad jurídica para acceder a las instituciones porque, incluso en el mercado político de la radicalidad, hay que tener expectativas de institucionalidad.

Desde esos parámetros, parece razonable esperar un movimiento de ETA en busca de árnica que le permita acabar sus días de la forma menos traumática posible. Pero, si ETA necesita el diálogo, ¿por qué se le ofrece tanto? La negociación de la paz, en esencia, tiene la misma técnica que la compra de un piso usado. A más interés demostrado, el precio oscila al alza. Si ETA tiene necesidad, los españoles tenemos deseos. Pero a quien le corresponde asumir su rol de debilidad es a ETA, porque suponemos que el Estado goza de mayor salud democrática que nunca. La ecuación se complica más al mostrar el Gobierno su desesperación por la posibilidad de poner en marcha, con éxito razonable, este proceso antes de las elecciones generales. Si Zapatero muestra tanto entusiasmo y tanta necesidad, el precio de la negociación será más alto. ¿O alguien piensa que una negociación es cosa distinta que un procedimiento para que dos se pongan de acuerdo mediante la entrega mutua de contraprestaciones? Si hubiera un poco de talento en la política española todo el mundo guardaría silencio.

*Periodista