No me gustan las actuaciones por la fuerza sin pasar antes por el diálogo ni me agradan los planteamientos maximalistas. Sin embargo, visto lo visto, y ante la situación catalana, entiendo que no ha habido más remedio que actuar desde el gobierno para demostrar que la aplicación del artículo 155 de la Constitución no era una falacia ni un órdago del Estado ante el desafío independentista. Rajoy no se caracteriza precisamente por la contundencia de sus planteamientos, todo lo contrario resulta casi siempre un pusilánime en sus postulados, pero en este caso se ha tenido que poner el traje de presidente y actuar con firmeza. Es su obligación restablecer la legalidad, poner en valor el Estatuto y el orden constitucional, de lo contrario estaría haciendo dejación de funciones y significaría mostrar un campo de juego perfecto para permitir la sedición de parte del territorio nacional.

A partir de ahora se puede decir que se acaba el limbo. Se termina la huida hacia delante de Carles Puigdemont y su gobierno, quienes se habían envuelto en la bandera catalana y olvidado de todo lo demás viviendo una especie de sueño donde aparecía un Estado débil y casi avergonzado. Se acaba de articular la forma de aplicar el artículo 115 de la Constitución y, salvo sorpresa en el Senado el viernes que viene, que no parece a priori dada la mayoría absoluta del PP y el respaldo del PSOE y de Ciudadanos, se cesará a todo el gobierno catalán, de manera que todas las consejerías y órganos autonómicos catalanes serán controlados por los diferentes ministerios. Así, hasta la convocatoria de unas nuevas elecciones, las cuales dijo ayer Rajoy nunca deberán convocarse más allá de seis meses.

La teoría puede resultar perfecta. El problema es su aplicación, lo que me inspira grandes dosis de vértigo. Primero porque no existen precedentes en esta situación y, segundo, porque no deja de ser abrir un melón cuyo interior se desconoce por el momento. A nadie se le escapa que va a haber que emplear la fuerza tarde o temprano, que la división que vive la sociedad catalana se va a agudizar y va a acabar por explotar, y que la rebeldía iniciada por el independentismo no va a parar sino todo lo contrario: va a exacerbarse con la toma nuevamente de la calle.

El Gobierno solo cuenta con la garantía de la ley. Pero debe actuar con pies de plomo, cualquier fallo en su aplicación, cualquier medida desproporcionada, tendría una enorme repercusión social con el foco mediático internacional puesto encima del conflicto.

Nadie sabía hasta dónde eran capaces de llegar las autoridades catalanas, hasta cuándo iban a aguantar sin dar marcha atrás viendo que las instituciones europeas no les respaldaban y se producía un abandono de la comunidad por parte de más de millar de empresas, pero se han rebasado todos las líneas rojas imaginables y a estas alturas de la película, aún a pesar del 155, no se sabe qué otra iniciativa podrán adoptar ahora que todas las batallas parecen perdidas y solo queda tirarse por el precipicio aunque detrás vengan buena parte de los ciudadanos a los que representan.

¿La salida de Puigdemont y de su gobierno del palacio de la Generalitat será voluntaria? ¿Si no es así, caben protestas airadas en la calle? ¿Enfrentamientos nuevamente con la Policía? ¿Cuál será esta vez el comportamiento de los Mossos? Encima está pendiente que el propio Puigdemont declare la independencia y la nueva república catalana (si no lo ha hecho ya mientras se imprime este artículo) y que la Fiscalía General del Estado presente una querella por rebelión, lo que significaría para muchos en Cataluña una actuación represiva contra la autonomía y el autogobierno.

Estas dudas y otras de los próximos meses están encima de la mesa, como el comportamiento del funcionariado todo este tiempo dependiendo de Madrid, las movilizaciones sociales de los diferentes colectivos o la participación en unas nuevas elecciones convocadas bajo el paraguas del Estado y la Loreg (Ley orgánica del régimen electoral general). De su hipotético resultado y de si este proceso estatal va a interferir para agrandar o rebajar el sentimiento secesionista catalán a partir de ahora mejor ni hablar por el momento. Ese es otro melón por abrir y da más vértigo todavía.