Historiador

Me llegan mensajes a mi correo, teorizando sobre las maneras de revitalizar la participación de los militantes en los procesos selectivos de cara a la confección de la oferta que se presenta a las diferentes convocatorias electorales, ya sean internas (ejecutivas u órganos de dirección) como externas (sufragios municipales, autonómicos, estatales y europeos).

Se habla en torno al concepto de democracia directa, es decir la implicación personal e individual de cada uno a la hora de elegir a los candidatos de sus partidos. Para que nos entendamos, generalizar el concepto de primarias a todos los ámbitos y en todos los procesos de elaboración de listas.

Se apuntan algunas, en principio ventajas como son el conocimiento directo del elegible, su imbricación con el cuerpo electoral (la relación más directa del candidato con la sociedad que defiende), el incremento de las potencialidades de las personas frente a los grupos, la desaparición de las lealtades opacas sustituidas por el compromiso con los electores.

Muchas de estas cuestiones son objeto de reflexión y debate. Algunas incluso pueden ser aconsejables. Otras aprovechables. Tampoco podemos obviar los inconvenientes. En determinados casos meramente burocráticos, por ejemplo, los cambios de Estatutos se deberían adoptar tras el acuerdo en los procedentes Congresos o Convenciones de los partidos.

Por otra parte, no sería despreciable el hecho de observar el peligro de caer en una excesiva popularización de las candidaturas.

Me estoy refiriendo al populismo, tan criticado en determinados ambientes (algún ayuntamiento de la Costa del Sol, algunos candidatos y presidentes de América Latina). O bien, oscurecer tras el aparente derecho del elegido, el programa del partido bajo el que se ampara y que se supone está por encima de sus prioridades a la hora de tomar decisiones.

Por todo ello, bienvenido sea el debate sereno, el intercambio de ideas que enriquezca las formas y modos de actuación. Pero no nos refugiemos en el terreno de las verdades absolutas, no las presentemos como tapadera y/o escudo de medro personal porque posiblemente, con absoluta seguridad, ningún sistema selectivo sea plenamente perfecto.

Quizá lo necesario sea corregir o ponderar las frecuentes deficiencias. Prever, mejor reglamentariamente, las disfunciones que se producen y tomar decisiones e iniciativas. Las innovaciones pueden ser positivas si se es consciente que también se corre el riesgo de tener que dar marcha atrás que puedan esconder intenciones espúreas. Habrá que tener todo en cuenta.