Catedráticode la UEX

El 23 de mayo, Pimentel, ex ministro de trabajo, decía: "hacen falta políticas de espacios de convivencia y no la dinámica de crispación de gobiernos que meten miedo a la ciudadanía para parecer unos salvadores".

Basaba una crítica tan directa sobre el que fuera su partido, en la utilización de las normas jurídicas para controlar, desde el ejecutivo, a los otros dos poderes esenciales del Estado, y mezclarlo todo con sus propios intereses.

Si a ello se le une el férreo marcaje que ejerce sobre algunos medios de comunicación, nos lleva a la situación actual, más parecida a una democracia formal, que a un verdadero desarrollo material de los valores constitucionales. A lo cual hay que sumar el inmenso error, típico de la derecha, de criminalizar a la oposición, especialmente al partido socialista, mediante mensajes de repulsión calculada sobre cualquier circunstancia, con posibilidad de llegar a la conciencia social. Véanse sus consignas sobre el radicalismo y la división interna, haciendo de ellas interesado cuerpo doctrinal de obligada reiteración pública. Y también se suma a este panorama sus políticas eficaces para algunos bolsillos, puro retrato del dogma del beneficio, modelo en el que el egoísmo prima sobre los principios. Con todo, el cáncer en la conciencia ciudadana avanza, y con él malos presagios se barruntan para las nuevas generaciones, al menos desde la deseada óptica del compromiso. Será negra la herencia si sigue triunfando la religión de los liderazgos carismáticos, con un manto formal que todo lo cubre (y lo tapa). Terminaremos, triste ironía, desnudando la acción pública. Las diferencias sociales desaparecerán: no se considerarán y punto. Como propuesta para avanzar hacia una democracia más real cabe la reforma de la Constitución.

El Senado, debe dejar de ser un proyecto fallido de una auténtica cámara de representación territorial. Debe redefinirse el artículo 6 dedicado a los partidos políticos, los cuales por imperativo constitucional deben funcionar democráticamente. Puro sarcasmo, si tenemos en cuenta las votaciones del Congreso: rodillo al dictado del gobierno. Más sarcasmo si observamos cómo se produce la elección de un nuevo líder. También, aquellos artículos con los que el ejecutivo "falsea" la independencia de los demás poderes, deberían ser modificados. Por ejemplo, el artículo 86 le permite dictar decretos-leyes en casos de extraordinaria necesidad. Bien que lo hace, exista o no tal necesidad. El artículo 122, en parte regula la composición del Consejo General del Poder Judicial, y en parte remite a su ley orgánica.

El resultado, por el juego de las mayorías, pasa desde el legislativo a la órbita de la influencia directa del ejecutivo. Y bien que maniobra hacia sus intereses conservadores. La misma posibilidad de maniobrar con el artículo 159 que marca las vías de nombramiento de los miembros del Tribunal Constitucional. En fin, el artículo 124 faculta al gobierno para la elección del Fiscal General del Estado. Nombrar a un fiel recadero es lo más prometedor (nada de investigar, por si acaso).

Conclusión, con la democracia formal todo es sutil. Los días se suceden con el hábil control de lo institucional y con el estratégico derrame de aquellas noticias interesantes para quienes mueven los hilos. Es la esencia de un sistema basado en el más puro formalismo al dictado de los buenos (ellos). Mientras que con la democracia real todo sería transparente. Desde los medios de comunicación, pasando por los partidos políticos, hasta todos los poderes del Estado, incluso el ejecutivo, el cual no podría injerirse en lo ajeno. Se conseguiría acabar con el "frentismo", se promovería la integración y la Constitución recuperaría toda su importancia. En tal caso, cualquier mentiroso y todo manipulador serían historia.