Uno de los grandes temas de nuestro mundo global es el del terrorismo internacional. Sobre él ha de ser permanente la reflexión. Y en todo ejercicio reflexivo debemos hacernos siempre unas preguntas tanto en nuestro interior como en voz alta. Sobre ello, debemos plantearnos muchas cuestiones. ¿Estamos actuando acertadamente desde el autodenominado mundo civilizado contra este fenómeno? ¿Nuestras soluciones son las más inteligentes? ¿Son efectivas? ¿Son éticas y responden a valores democráticos? ¿El resultado de nuestras decisiones ha puesto coto al desarrollo de esta lacra? ¿Hemos sabido actuar de forma conjunta ante un problema que a todos afecta?

¿Hay límites --y, en su caso, cuáles son-- al combatir al terror? ¿Qué papel debe desempeñar la sociedad ante las respuestas de los dirigentes mundiales? ¿Debemos mantener invariables las líneas de acción o deberíamos replantearnos estrategias y métodos?

Solo los instalados en la soberbia de mantener persistentemente sus posiciones claramente fracasadas pretenden huir de la reflexión sincera. Sin embargo, un ejercicio democrático supone admitir que, en la acción política, como en todas las áreas de la vida, junto con aciertos también hay desaciertos. Tristemente, en esta materia no hemos sido muy pródigos en los éxitos. Pero solo hay algo peor que el error: la contumacia en mantenerlo y la manipulación constante empeñada en seguir autojustificándonos y negando algo evidente: no hemos acertado en la lucha contra el terrorismo.

Los atentados del 11-S hicieron que se aprovechara la solidaridad y el estremecimiento que a todos nos sacudió para poner en práctica unas corrientes ideológicas que eran plasmación muy peligrosa de la idea de que el fin justifica los medios y que no manifestaban reparos al traspasar unos límites éticos y democráticos. El pensamiento neoconservador, como clara manifestación ultra, se extendió (también en España) y encontró aliados comprensivos en otras áreas de pensamiento en principio poco afectas a esa corriente, como sectores socialistas y democristianos, de un continente en el cual el valor de los derechos humanos, como conquista plasmada en la Revolución francesa, forma parte del acervo histórico.

Reflexionar sobre nuestros planteamientos y acciones contra el terrorismo no es manifestación de debilidad, como algunos objetan, sino, al contrario, de fortaleza en las convicciones democráticas. Y tenemos que seguir preguntándonos por qué los dirigentes son siempre tan refractarios a admitir que no todo son aciertos y a rectificar políticas. Siempre pensé que un ejercicio (acaso ocasional) de autocrítica refuerza la credibilidad, pero los grandes gurús asesores de los dirigentes no les trasmiten ese valor.

XLA ACCIONx inicial contra los talibanes en Afganistán fue una actuación concertada de la comunidad internacional. Años después hemos de preguntarnos si debemos replantearnos seguir actuando igual en la zona. No solo no conseguimos la preciada cabeza de Bin Laden , sino que, además, ese territorio se ha convertido en un estupendo campo de entrenamiento de los terroristas. Lo que sucede allí son actos terroristas, pero como acontecen a miles de kilómetros de nuestras capitales y solo nos percibimos cuando mueren compatriotas, muy ocasionalmente nos acordamos de que la guerra contra el terror no la estamos ganando.

Poco después pusimos los ojos en Irak. Aquí ya no hubo acción concertada, y los intereses políticos y económicos que rentabilizaban la invasión de un país regido por un dictador (no era el único caso) provocaron, queriendo extirpar un temor, una gran metástasis. Aquí, junto con la frustración total de resultados, aparece otro fracaso: el retroceso grave de libertades. En todo el mundo, también con complicidad de muchos gobiernos europeos, se vulneraron impunemente derechos humanos básicos. Cada día se suceden en ese país víctimas, a las que nos hemos acostumbrado. Mientras, siguen recortándose libertades básicas bajo el axioma del todo vale.

Esta forma de combatir el terrorismo ha caído presa del objetivo de este: no solo conseguir víctimas, sino también generar terror. Los neoconservadores han utilizado esto para mantener invariable su línea: trasladar a la sociedad y generalizar el miedo como coartada para traspasar límites éticos y democráticos. Al igual que el verano pasado con los controles estrictos en los aeropuertos, ahora se ha bendecido algo más grave: la legalización de la vulneración del secreto de las comunicaciones.

La pregunta es: ¿admitiría usted que se realizase un seguimiento, sin autorización judicial, a las comunicaciones si así se evitara un atentado? Por supuesto, la respuesta en una sociedad en la que ha calado el miedo es afirmativa. Existe una suposición de que a los buenos nadie se nos va a entrometer en la vida personal, pero eso ¿quién lo asegura? ¿Jamás se utilizará para otros fines? ¿Quién controla al poder omnímodo? ¿Cuánto tardará en presentarse como éxito una obtención de información antiterrorista para reforzar el apoyo social a estas medidas? Más preguntas y más reflexiones.

*Presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Democracia de la Asamblea de la OSCE y diputado del PP por Madrid