Si hemos de creer en las encuestas, sobre todo cuando confirman la evidencia, no ha de ser fácil vivir en Irak: 9 de cada 10 ciudadanos temen por su vida. Se han cumplido cuatro años desde que se inició la catástrofe y sus promotores --los de la ya clásica foto de las Azores-- no se ven constreñidos siquiera a disculparse.

La guerra preventiva no obliga a la confirmación de los supuestos por los que se desató. Se ataca por si acaso y no importa si no se revalida la sospecha. Los muertos no protestan, los vivos bastante tienen con buscar ayuda psicológica y los tribunales internacionales son solo para los asesinos no poderosos. La guerra preventiva se basa en una proposición negativa imposible de rebatir: Sadam Husein , aunque hubiera querido, no podía destruir armas que no existían. Irak fue invadido por no cumplir una condición que metafísicamente era imposible de satisfacer. Si quien ataca por un supuesto inexistente no ha de responder de su error, la conclusión es que se puede atacar a cualquiera que pueda ser objeto de una sospecha no demostrada. Un problema de simple fabulación.

Las calles siguen llenas de manifestantes contra la guerra. También piden algo imposible: la retirada de las tropas generalizaría una guerra civil, y su presencia la garantiza a medio plazo. Otro callejón sin salida. Los manifestantes protestan, pero no pueden formular propuestas porque no existe solución a lo que ya empezó siendo un error que depende, además, de los mismos que lo promovieron. Es cierto que los sistemas democráticos ejercitan la suprema responsabilidad política mediante la práctica electoral: los ciudadanos son soberanos para elegir y castigar. Pero siempre cuando el error ya es irreparable. Todas estas reflexiones sobre la virtud de los sistemas democráticos deben tranquilizar a los inquilinos de cualquier país occidental. No tanto a los atemorizados ciudadanos de Irak, cuya mayor aspiración es seguir vivos. Si lo logran, organizarán un sistema democrático para poder castigar a los líderes que se equivoquen en el uso de las guerras o las políticas preventivas. De momento, han de subsistir y esperar.