Doctor en Historia

Es un hecho que tras casi 25 años de aprobada la Constitución, son ingentes los avances conseguidos en cuanto al régimen de libertades reconquistado por y para todos. A pesar de ello es un hecho que todavía queda un amplio margen para conseguir pasar de la letra a la práctica. Quizá para ello debamos seguir incentivando toda una serie de pedagogía política que contagie desde los políticos (sus principales actores) hasta la ciudadanía en general (los receptores y en suma los beneficiarios de las acciones de los primeros).

Es habitual, a modo de ejemplo, reunirte con colectivos ciudadanos que aún no han conseguido asimilar conceptos como participación, representatividad o democracia. Viene al caso rescatar la idea que se tiene de que muchos de nuestros líderes no se enteran de la mayoría de las cosas, porque si así fuera, se dice "¿cómo iban a consentir?". Así el ineficaz, incompetente o incapaz de solucionar mis problemas es el segundón , el que está en más estrecho contacto con la gente: el concejal. Pero nunca el que presuntamente tiene la máxima responsabilidad: el alcalde, aquél que sobre todo, decidió, propuso y, a veces, casi nombró, a los que debían acompañarle.

La democracia, en su más íntima definición es el gobierno de todos. Los que gobiernan lo hacen porque así lo ha querido la mayoría, pero eso no les exime de tener que rendir cuentas a los gobernados. La participación viene desde el momento en el que los militantes de los partidos asumen como propia la política de sus dirigentes. La representatividad está en función de los éxitos obtenidos. Esto se obvia cuando se reduce a meros prontuarios y ni el líder es responsable de los actos del equipo, ni los ciudadanos se preocupan de exigírselo.