THte recibido una invitación vía email para asistir a un taller que enseña a superar la depresión posvacacional propia de estas fechas. Me he quedado triste pensando en esa pobre gente que ha estado en la playa con la familia o con los amigos, disfrutando de buenos baños entre mariscada y mariscada, o en esos que han hecho el añorado viaje cultural, por no hablar de los que han descansado del mundanal ruido en una isla paradisíaca con régimen de todo incluido.

Sí, esa pobre gente ahora condenada a soportar su depresión estacional mientras yo me solazo en mi felicidad gracias a que he pasado todo el verano trabajando y sudando como un pollo, satisfecho porque el sitio más lejano y exótico al que he viajado ha sido el hipermercado de la esquina.

Esto de no tener vacaciones relaja un montón y te da las energías necesarias hasta las próximas no--vacaciones de verano.

Yo creía que la gente vacacionaba para ser feliz, no para alimentar la depresión antes de regresar al trabajo. Para ese viaje no hacían faltas alforjas.

En fin, la sobreprotección anímica es un mal social endémico. Y una trampa. La oferta para superar la depresión tras las vacaciones, por ejemplo, no hace sino apuntalar la idea de que tal depresión está justificada, es decir, que es comprensible deprimirse tras la incorporación a un puesto de trabajo que millones de parados no tienen.

La depresión --si podemos llamarla tal-- no se materializa porque uno regrese al trabajo, sino porque ese trabajo no es de nuestro agrado. En encontrar un trabajo placentero que nos permita vivir en armonía está la clave de la felicidad. Ya solo falta averiguar cómo se consigue un trabajo de esas características.

Pero no se inquiete el lector y manténgase pendiente de su buzón de correos: pronto recibirá un email con una propuesta del gurú de turno dispuesto a enseñarnos a ser felices mientras trabajamos.