TMte gustan las letras, y me gustan las palabras, me gusta la conformación y construcción que originan en un texto, como se disponen en el espacio, pero sobre todo me gusta como dejan aparecer lugares en blanco, caminos por donde se escurre todo lo que se ha pensado y no ha sido dicho, agujeros que callan y que al tiempo soportan lo que se dice. Es la corriente de silencio que emana de arriba abajo, o de abajo a arriba, según se mire el texto. Ya decía Vila-Matas que los críticos deberían seguir en un texto las pistas de lo no escrito en lugar de lo escrito. Pues es en esos procesos de pensamiento en los que se decide qué es y qué no es, donde el escritor se la juega, apuesta el todo por el todo, sabiendo de antemano, como Bolaño , que la derrota está asegurada, pero que aún así, seguir, seguir, seguir. Pero no vale sólo con eso, también hay que abandonar la posición de los espacios en blanco, de la selección cuidada y detenida de las palabras precisas, de las frases exactas, de las respuestas medidas, y dejarse llevar por la corriente, ya no de silencio, dejarse mojar por el agua, dejar que los agujeros en blanco adquieran formas, rostros, calles, días y soles. Atrevernos a ser y estar con los demás, a jugar, a saltar a la cancha, a recibir y a dar, a abrirse y entrar en lo que nos rodea, salir de la torre de marfil, vivir. Adquirir soltura, fortaleza y ligereza. Dejarse sentir y querer sentir, no sólo de puertas hacia dentro, sino con ventanas al mar. Por eso debemos estar con los valientes, los que van y van, aunque nunca lleguen, pues llegarán. "Nos honran con su luz los atrevidos,/ los de la desmesura,/ los radiantes de ser nos enaltecen./ Los trágicos alegres en su cáliz". Aún conscientes de todo lo que pasa, y por eso, ahora más que nunca hay que reclamar el derecho a decir, a hacer y a la alegría.