Después de una noche de sueño accidentado, con llamada a la policía local incluida, me decido a escribir esta carta para manifestar mi asombro y mi indignación ante hechos que se vienen repitiendo de manera sistemática en La Madrila. Este barrio, concebido como un espacio moderno, lleno de árboles y pequeños rincones que propiciaran la convivencia, se ha ido deteriorando sin remedio debido a la inoperancia de quien debía haber puesto freno a los abusos de los locales nocturnos y de sus clientes.

Me considero una persona abierta y joven, cercana en edad y en talante a los usuarios de los locales de la plaza de Albatros. Comprendo sus deseos de expansión y disfrute, pero creo que es necesario conciliar su derecho al ocio con el de los vecinos al descanso. Sin ese principio básico de respeto al otro, es imposible construir una sociedad próspera, que respete las necesidades de sectores diferentes de la población.

En mi barrio viven un montón de familias que se ven sometidas a diario --de madrugada-- a un bombardeo de ruidos de la más diversa índole: canciones de tuno de muy dudoso gusto, coros de amigos en la fase de exaltación a la amistad , percusión, música atronadora, peleas. También, la destrucción de mobiliario urbano o la quema de árboles en protesta por el recorte de horarios.

Ese cuadro clínico me deprime profundamente porque es un síntoma de lo que ocurre en el país: el fomento de un individualismo salvaje, la falta de respeto a lo público, el desinterés por el otro, la ausencia de un proyecto social común.

Durante el día se ve el potencial de un barrio como éste: los juegos de los niños en las pistas, la algarabía del recreo en el colegio San José, el estupendo parque del Príncipe. La Madrila podría ser un espacio de convivencia y disfrute si se actuara para frenar el deterioro que sufre desde hace años, provocando el abandono de un sinfín de vecinos que no pueden soportar el martirio en que se han convertido sus noches.

Pilar Rodríguez Berrocal **

Cáceres