Una niña de 6 años salió de su casa y se fue al colegio sin saber que jamás volvería a ver a su mamá. A un hombre a una mujer les comunicaron en sus centros de trabajo la peor noticia que se puede recibir, esa que va contra la corriente de la vida: la muerte de una hija, y con 31 años. Dos hermanas deben de andar desde hace horas rebobinando entre lágrimas la película de una infancia compartida entre risas y peleas. Una de esas hermanas es la Princesa de Asturias. Cómo no conmoverse con la noticia. Cómo no prestarle atención entre la compasión y la incredulidad que produce la muerte cuando se lleva a alguien tan joven. Sobre todo cuando no se conocen con exactitud las causas. Conectar con el sentimiento popular que desencadenan estas tragedias personales forma parte también de este viejo y noble oficio de contar lo que pasa.

Pero, cuidado. Erika Ortiz no formaba parte de la familia real, no tenía ningún papel público, no buscaba ni se exponía innecesariamente a la voracidad de las cámaras. Que se tenga que pedir insistentemente respeto ante un drama familiar de estas características, da la medida del riesgo que existe de convertir en espectáculo este amarguísimo trance de la familia Ortiz Rocasolano . Una familia a la que asiste todo el derecho a vivir en la intimidad los detalles de una historia que solo a ellos les incumbe. No se puede obviar que la fallecida era además hermana de la mujer del heredero de la Jefatura del Estado. Eso es lo que da relevancia pública al suceso íntimo. Pero hemos visto demasiadas veces el palacio de Buckingham convertido en la casa de Gran Hermano como para no reconocer los síntomas del peligro que acecha a la cobertura de esta noticia. España no es el Reino Unido, y la saludable sobriedad de la Casa Real española merece un tratamiento a la recíproca. Sobre todo cuando afecta a personas relacionadas indirectamente con la Casa y que se han encontrado sin buscarla esa notoriedad. Saludamos la llegada de Letizia a la familia real como signo de modernidad y democratización. Reconozcamos a su familia el derecho democrático a la intimidad.

*Periodista