En el pasado noviembre se celebró el 60º aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos. Los últimos Papas se han referido a ellos constantemente. La raíz de los derechos del hombre se debe buscar en la dignidad de todo ser humano, que para los cristianos brota de ser "imagen y semejanza de Dios". Juan Pablo II habló, en la Encíclica Centessimus Annus, de esos derechos: "el derecho a la vida, del que forma parte integrante, el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre, después de haber sido concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad; el derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y el conocimiento de la verdad; el derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar el sustento propio y de los seres queridos, etcétera" (n.47). El derecho a la vida, es el primero que enunciaba el Papa, desde su concepción hasta su conclusión natural, que condiciona el ejercicio de cualquier otro derecho.

Pero las repetidas proclamaciones solemnes de los derechos del hombre, se ven contradichas por la dura realidad: abortos, guerras y violencias de todo tipo; genocidios y deportaciones en masa, nuevas formas de esclavitud y tráfico de seres humanos, hambrunas, niños soldados- Existe una gran distancia entre la letra y el espíritu de los derechos del hombre. En la práctica, la vida de los demás, sobre todo la de los más débiles, es instrumentalizada constantemente y cuando estorba en nuestros planes la despreciamos. Hoy, la eliminación de la vida humana es justificada de mil maneras: unas veces por intereses políticos o económicos, otras veces en función de unas ideologías o creencias fundamentalistas, e incluso se presenta como un acto de piedad humanitaria.

XPERO LOSx cristianos no podemos actuar según estos criterios. Cuando miramos a un gran espejo, buscando penetrar en su interior, el espejo nos refleja a todas las personas que tenemos junto a nosotros. Así es Dios. Cuando vamos a El, nos remite a nuestro prójimo. Ya lo decía el Génesis. "Caín mató a Abel, pero Dios le salió al encuentro y le preguntó: ¿Dónde está tu hermano?- su sangre me grita desde la tierra". Y es que toda "vida humana es sagrada y sólo Dios es Señor de ella, desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente" (Catecismo de la Iglesia católica, 2258).

De aquí brota un principio ético fundamental: todo lo que protege la vida es bueno y todo lo que la ataca es malo. La vida del ser humano, debe ser protegida. No somos dueños absolutos de ella sino simples administradores. Es un gran don del Señor y, desarrollada con dignidad, es la mejor acción de gracias a Dios, Padre bueno, que quiere la plenitud de todos los hombres y mujeres. Por eso debemos optar por la vida. O dicho en negativo: rechacemos el aborto, la eutanasia, el encarnizamiento terapéutico, la pena de muerte, el hambre, la tortura, la ignorancia, la esclavitud- en definitiva todo lo que atenta contra la dignidad del ser humano.

En una visita que realizó a la ciudad de San Luis (EEUU), en 1999, Juan Pablo II decía que "elegir la vida implica rechazar toda forma de violencia: la violencia de la pobreza y el hambre, que oprime a tantos seres humanos; la violencia de conflictos armados, que no resuelve nada, sino que sólo aumenta divisiones y tensiones".

Cuando se habla de violencia, muchos sólo piensan en las armas, la guerra y las bombas. El Papa en esta ocasión se refería a la violencia institucionalizada que supone la terrible injusticia que representa la pobreza y el hambre. Y es que la paz es obra de la justicia, decía Juan XXIII .

El terrorismo es una de las expresiones más brutales de la violencia, que sólo engendra muerte. "Manifiesta un desprecio total de la vida humana, y ninguna motivación puede justificarlo, en cuanto el hombre es siempre fin, y nunca medio" (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 514). Es un camino dictatorial y sin salida. Emplear el terrorismo para conseguir unos objetivos, por muy nobles que sean, es un absurdo. Cualquier idea, éticamente válida, puede ser expresada, defendida y propugnada, pero nunca con violencia. El más noble objetivo queda desautorizado cuando se utiliza como medio la muerte del otro.

"Toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe". Por eso debemos "hacer llegar el Evangelio de la vida al corazón de cada hombre y mujer e introducirlo en lo más recóndito de toda la sociedad" (Evangelium vitae, 3 y 80).

La Iglesia no está contra nadie, está contra todo aquello que, bajo capa de ciertas progresías, va contra la vida humana. El argumento que utilizan es terrible. Todo lo que es una amenaza hay que destruirlo. Es una amenaza el niño que va a nacer, hay que eliminarlo. Es una amenaza el anciano en su vejez, hay que eliminarlo. Es una amenaza esta persona, este grupo, aunque sea con bombas o con atentados terroristas, hay que destruirlos. Y el día que estorben o que sean una amenaza otras personas, otros colectivos ¿qué se hará? Podemos estar construyendo una sociedad que no sabemos hasta dónde podrá llegar.

Proteger la vida, que es el Evangelio de la vida y el compromiso de la Iglesia, es sin lugar a dudas, la mejor noticia, en este tiempo de crisis generalizada.