La declaración final de la conferencia de la ONU dedicada al racismo no marcará ningún hito en la historia de la defensa de los derechos humanos, pero el solo hecho de haberse aprobado justifica mantener una actitud militante y renunciar a los gestos teatrales. Nunca como ahora se había hablado tanto de los derechos humanos, en general, y del odioso estigma del racismo en particular, como que nunca como en nuestros días hubo tanta división y tanto encono a la hora de poner a los seres humanos por delante de la manipulación ideológica. Lleva razón el secretario general de la ONU cuando pide el compromiso público de las democracias para romper con este estado de cosas y denosta al mismo tiempo el portazo de la UE. Remarcar las diferencias entre bloques no ayuda en nada, sino que tiende más bien a ensanchar la fosa entre la herencia humanista y otras percepciones del individuo. Y puestos a no ayudar, aún empeora más la situación la ausencia en los debates de EEUU, cuya historia es inseparable de la lucha universal contra el racismo.