TEtl triunfo electoral del PSOE ha sido contundente y su holgura parlamentaria indiscutible; pero, lo que son las cosas, al Gobierno le están cambiando las tornas. Le llegan, le han llegado, tiempos difíciles para la economía y, como hemos visto, para la calle. Sin embargo, lo más relevante, por inédito desde que Zapatero llegó al poder, es que se ha acabado la fascinación.

Tras casi tres jornadas de huelga, en algunos momentos vandálica y cuando ya la opinión pública no salía de su asombro ante la invisibilidad del Gobierno, el ministro de Interior se tuvo que levantar de la cama con un catarrazo, que le ha tenido doblado, para que los ciudadanos pudieran escuchar lo que estaban necesitando oír desde cuarenta y ocho horas antes. Algo tan obvio como que el legítimo derecho de huelga no puede atropellar los derechos ajenos. Y la policía salió a la calle. Lo hizo en Madrid y también en Almería, en donde se empleó una contundencia fuera de lo común. Las escenas vistas han sido terribles.

Ocurre que a nuestro presidente le cuesta ponerse antipático. Está prisionero de su discurso amable, de manera que sólo cuando la situación estuvo a punto de saltar la línea de lo insoportable, el ministro de Interior se tiró de la cama y se puso manos a la obra.

Pero al margen de la gestión de la huelga, que en su vertiente de orden público parece estar resuelta, lo más significativo, lo que puede estar anunciando una legislatura nada fácil, es la desaceleración de los afectos hacia el Gobierno. Ayer mismo se quedó solo en el Congreso a la hora de aprobar el nivel de gasto público y hace dos días se tuvo que sumar a una enmienda del PP para evitar otra foto en soledad. Además, sus socios de ayer se han puesto de perfil en lo que a la crisis económica se refiere. Ahora no cabe decir que la Oposición del PP le acosa. Lo más que hace es hablar de crisis para que el portavoz socialista diga que no, que no hay crisis y que emplear esos términos indica las ganas que tiene el PP de alarmar a la gente.

No es cuestión de debates semánticos. La realidad de la situación la viven los agricultores, que no saben qué hacer ni con sus productos ni con los contratados para recogerlos. Nada hay más duro que gestionar una derrota, pero nada exige más inteligencia, ni más riesgo, que gestionar un triunfo. Zapatero triunfó en las urnas pero debe cuidarse de que la realidad que en el fondo le cuesta asumir no le derrote a él.