Pelotazo, juego, prostitución, drogas… El abanico de reproches contra la posibilidad de que en la región se levante algún gran complejo de ocio, en el que muchas familias se den a lo que se suelen dar en su mayoría, que es divertirse y consumir, ha caído monocorde y al unísono contra la propuesta de Ley de Grandes Instalaciones de Ocio (bajo el feliz y bello acrónimo de Legio), desde la zona ecologista (Ecologistas en Acción y Adenex) y política extraparlamentaria (IU).

Se ve desde ellos una engañifa, una pantalla para encubrir un Valdecañas II o III pero esta vez con mejor cobertura legal que impida el desastre de ese primer ejemplo, sumido ahora en un agujero negro judicial y económico, casi kafkiano, como sería restituir a su estado original de erial con algunos eucaliptos una isla convertida en resort de lujo aunque su situación periférica dentro del contexto regional impida saber realmente qué beneficios sociales y económicos ha traído aquello.

El problema, al aceptar las objeciones del izquierdoecologismo es el de siempre: por miles nuestros jóvenes se van, uno tras otro, hasta convertir poco a poco en Extremadura en ese otro parque de ocio futuro: miles de pensionistas envejeciendo y miles de empleados públicos, en una economía imposible y que tendrá que ser forzosamente subsidiada.

La realidad es que teniendo una naturaleza magnífica, y una riqueza cultural y patrimonial fruto de la extensión territorial y del paso continuo de pueblos por esta parte de la Península que en otros tiempos fue importante, no somos capaces de extraerle una mínima aportación interesante al mantenimiento del bienestar y el progreso.

El presidente de la Junta, Fernández Vara, ha tratado de zafarse de esos reproches acerados a la Legio. Afirma que quienes se le han lanzado al cuello político viven con pensamientos del siglo pasado sin comprender por dónde van, queramos o no, los tiempos nuevos. Está claro que él y todos preferiríamos una factoría de coches, pero ni vinieron -aquella realidad o leyenda de una fábrica Land Rover-- ni vendrán, entre otras cosas porque los poderes públicos prefieren extraer el máximo coste-beneficio en la planificación y ayudas oficiales.

Ecologistas en Acción, Adenex, la IU que baraja cómo concurrir con Podemos, serán llamadas por Vara, afirma, para explicarles la información que tiene sobre esos proyectos de ocio. Es ahí por donde debe empezarse, para entre todos gestionar en serio, con luz y taquígrafos como debería haberse hecho también con la mina de litio en Cáceres, aunque las grandes corporaciones empresariales tienden a ser opacas y huyen de cualquier alarma pública sobre sus actos.

El ‘cierre’ del trimestre político hecho por Vara al manifestarse sobre la Legio, y la mina de Cáceres, ha dado paso a los tambores, bandas, cirios e inciensos de las procesiones. A la fiesta, a un paréntesis de cuatro días que ha devuelto en redes sociales el debate sobre esas manifestaciones, su religiosidad o folclore, y la presencia en ella de representantes políticos, sobre todo de una izquierda tradicionalmente más defensora de la aconfesionalidad, o la laicidad.

El tirón popular de estas manifestaciones, el ‘compromiso’ que supone la invitación que reciben, el miedo a un escándalo quizá innecesario y seguramente antielectoral hace que la inmensa mayoría cedan. Choca, sí, ver políticos de izquierda, en teoría herederos de otros pensamientos, desfilar ahí, en algo que parece como un sometimiento al poder profundo de la Iglesia. Quizá ese sea el mayor problema, la historia en parte oscura que arrastra esa institución.

Pero pocos se plantean por qué rechazar una invitación del párroco o arcipreste, y aceptar sin embargo la del presidente del equipo de fútbol local para estar dos horas en la grada. En el fondo, y aunque cada uno tengamos nuestra opinión personal, y la mía es laica, son fiestas, grandes actos sociales, en un país que, desgraciadamente y por los hechos, no es realmente aconfesional.