Después del ultimátum de las Azores, el desastre diplomático era inevitable y se escenificó ayer en la ONU. Como iban a perderla, Estados Unidos, España y Gran Bretaña no sometieron a votación la resolución cuya derrota habría despojado de toda legalidad a la guerra. De espaldas a la ONU, se disponen a atacar por su cuenta, ya sin poder decir que ésa es la voluntad democrática de la comunidad internacional. Los halcones saben ahora que cometieron un grave error táctico al proponer una segunda resolución sin contar con los votos necesarios. Pero su error, al menos a corto plazo, no lo pagarán ellos, sino Irak. Y, de paso, la ONU, eje del sistema internacional y primera víctima de esta guerra que viene.

Con su ultimátum a Sadam (exilio o guerra), George Bush no sólo usurpa el poder de la ONU, sino que desvela su verdadero propósito: dominar Irak y controlar su petróleo. Pero esta conflagración comprometerá a todo Occidente y atizará muchos odios ancestrales. Encima España, por voluntad de José María Aznar, se pone en primera línea de la belicosidad a pesar de carecer de fuerza militar propia y de que su opinión pública se haya pronunciado desde las calles contra esa política con una rotundidad histórica.