WLw a inagotable virulencia de los incendios en Galicia, que en la última semana nunca han bajado de cien y varios días se han acercado a los 150, y la devastación que suponen más de 40.000 hectáreas quemadas son todo un desafío para las administraciones, que tienen el deber ineludible de allegar todos los medios precisos para esclarecer los hechos. La aparición de las llamas en lugares estratégicos, el sorprendente avivamiento del fuego en frentes que parecían controlados y otros datos que indefectiblemente se repiten todos los veranos deben servir de punto de partida para acabar con una plaga que esquilma el patrimonio forestal de toda una generación.

Solo cuando se sepa quiénes hacen prender las llamas estarán justificadas las disputas políticas y será lógico exigir responsabilidades a los responsables de prevenir los incendios, si es que han actuado con poco rigor. Hacerlo ahora, como está sucediendo el PP, es un ejercicio de oportunismo político que carece de sentido y contrasta negativamente con el esfuerzo abnegado de bomberos, soldados y voluntarios para salvar a los montes gallegos de la destrucción.

Resulta preocupante, por no decir desmoralizador, que técnicos en la extinción de incendios, ecologistas y ciudadanos de toda clase tengan que desempeñar el papel de apagafuegos de las rivalidades políticas. Siquiera por respeto a los cuatro muertos habidos hasta la fecha, es inexcusable que prevalezca la moderación.