Desde que conocí a la que hoy es mi mujer me enamoré no sólo de ella sino también de la ciudad donde vivía, Plasencia. Debido a circunstancias laborales tuvimos que dejar la ciudad, a la que, puedan estar seguros, promocionamos en toda ocasión que se nos presenta (igual que a la región) entre amigos, compañeros de trabajo, vecinos o simplemente conocidos. Desde entonces Plasencia ha pasado a ser nuestro lugar de vacaciones y de ¡descanso!, aunque hemos de sumarnos a la queja generalizada de que no siempre es posible descansar en tan bella ciudad. Si bien es cierto que el calor tiene su parte de culpa, también es cierto que la principal causa son los ruidos: motos, motos y motos, de todos los colores y tamaños, conducidas por jóvenes (normalmente sin casco y pegando gritos) y mayores, hacen imposible a cualquier hora dormir.

Por supuesto, entre moto y moto, hay perros ladrando y gatos maullando que han sido olvidados por su dueño en el balcón, coches, tuneados o no, cuyos conductores deben de estar sordos por el volumen de la música que sale de sus vehículos. Por si te quedas dormido a última hora del día, antes de que la capital del Jerte comience a despertar (los que hayan dormido, claro) llega el butanero con el claxon a todo volumen.

Y por supuesto te despiertas tarareando la canción que llevas oyendo toda la noche desde la Sierra de Santa Bárbara o desde el bar que tienes en la esquina. Ah! Se me olvidaba decir que el día que no hay butanero no hay por qué preocuparse, pues seguro pasa alguna furgoneta anunciando un próximo espectáculo cultural de los tantos que amenizan la ciudad. Pido a las autoridades (esto pasaba antes y sigue pasando ahora) que hagan algo por favor para que Plasencia pueda ser un lugar no sólo de ocio, sino también de descanso...

MIGUEL ANGEL MARTIN RAMOS. Plasencia