El desconcierto reina en Europa y Holanda no es una excepción. La participación de aquel país en el conflicto de Afganistán fue tan polémica que hizo caer al Gobierno el pasado febrero. La potente subida un mes después del xenófobo Partido por la Libertad de Geert Wilders en unas elecciones locales arrinconó el tema afgano y puso en primera plana la inmigración y el islam. Poco después, la campaña para las legislativas del miércoles se centró exclusivamente en la crisis económica.

Y al final, los electores han enviado un mensaje confuso. De una parte, han castigado al partido democristiano que durante ocho años había encabezado el Gobierno. De otra, han aupado a la derecha, tanto la liberal como la más ultra, pero sin conceder a nadie la posibilidad de formar una mayoría coherente y estable. Los resultados también han demostrado que se votaba entre austeridad y xenofobia. Ahora el partido de Wilders, el tercero con sus 24 escaños (9 más de los que tenía), puede ser necesario para la formación de Gobierno. La búsqueda de una mayoría no será fácil y llevará tiempo. Las posibles combinaciones son todas problemáticas, con idearios y programas muy distintos. Históricamente, han hecho falta entre dos y tres meses para formar gobierno. Todo lo contrario a lo que un país de la eurozona en plena crisis económica necesita.