WLw a cadena de errores y ocultaciones que siguieron a la fuga radioactiva del pasado mes de noviembre en la central de Ascó ha alimentado los prejuicios y temores que acompañan al debate nuclear. Cuando parecía que el recuerdo del incendio de Vandellós 1 en 1989 y las dudas suscitadas por el funcionamiento de las centrales nucleares habían dado paso a una discusión en términos académicos y económicos, las partículas radioactivas detectadas dentro y fuera del recinto de Ascó han suministrado una batería de argumentos a quienes desde el pensamiento ecológico o desde fuera de él abrigan toda clase de reservas en cuanto a las garantías de seguridad que presentan estas instalaciones. Y aún más, con relación al control de la información en manos de las empresas que explotan las centrales.

Es evidente que el retraso en dar cuenta del accidente, evaluar la importancia del mismo y ofrecer a la opinión pública toda clase de detalles han resucitado la imagen de una fuente de energía insegura, que induce a las empresas a ocultar a los usuarios datos comprometedores en igual medida que al Consejo de Seguridad Nuclear, responsable de la inspección de las centrales entre otros cometidos. Si la actuación de los responsables de Ascó hubiese sido todo lo transparente que debía, seguramente la lógica alarma del primer momento hubiese quedado reducida a su mínima expresión. Sin embargo, ahora son las secuelas de la desinformación las que priman sobre cualquier otro enfoque. Se mire por dónde se mire, restablecer la serenidad en la discusión nuclear llevará mucho tiempo después del secretismo ejercido por los responsables de Ascó destituidos.