XLxos deseos pertenecen a un país distinto del real que algunos llaman fantasía y otros irrealidad o imaginación. Allí se sitúan rodeados de identidades similares como son los propósitos, las profecías, las promesas o los augurios. Este tipo de criaturas tradicionalmente han alimentado la ficción, que es una cosa muy buena cuando cristaliza en literatura, cine o teatro. Gracias a los deseos existieron, sin ir más lejos, las mil y una noches o el genio y la lámpara maravillosa o --por poner algo más reciente-- cien años de soledad y hasta el mismo Alonso Quijano a quien movieron los deseos de ser caballero. Junto a éstos, hay deseos que pronuncia la gente normal en voz alta y que suelen ponerse de moda cada nuevo año acompañados de propósitos y promesas. Aunque parezcan diferentes, esta clase de deseos pertenecen en su mayoría al mismo mundo irreal que los anteriores, solo que, a diferencia de aquéllos, son menos creativos y no sirven para entretener al personal. En esta categoría se incluyen tanto los deseos que ofertamos por esta época a cualquiera contenidos en la familiar frase de feliz o próspero año, como los que nos hacemos a nosotros mismos que suelen repetirse anualmente y que, con frecuencia, se refieren a aprender inglés este año sin falta, a adelgazar o a dejar de fumar.

Como no podía ser de otra forma, Pepi ha empezado el gimnasio el mismo lunes después de fiestas. Esto es algo habitual en ella, lo viene haciendo cada año desde hace por lo menos quince. En el gimnasio de su barrio la conocen y siempre le guardan plaza por estas fechas, es cliente fija en enero. Lo único que nunca saben seguro es si hará pesas, aparatos, aerobic o todo. Sus hijos están muy contentos, ya que, de manera tradicional, cada reyes le hacen el mismo regalo: un bono para el gimnasio, que, dependiendo de la economía del año, varía entre un mes o tres y una o más especialidades gimnásticas. Comprenderán que yo, que la conozco bien y sé por experiencia propia hasta dónde alcanzan las ficciones personales, recibo la noticia cada invierno con gesto incrédulo. Sobre todo si lo acompaña con otros propósitos y deseos que resultan igualmente ficticios. Me dice que esta vez va en serio: cariño, no te rías, qué poca confianza me tienes. Para que veas que no es como siempre, esta vez el bono es trimestral, dura hasta Semana Santa y digo yo que ya que está pagado, iré. Acuérdate que también dejé de fumar hace tres años, que tú te reías y luego estuve por lo menos nueve meses sin dar ni una calada, ¿eh?, y si volví fue por los kilos que puse, no por falta de voluntad o propósito. Como eso era cierto, la verdad es que me había casi convencido hasta que añadió: y además este año, no pienso ni acercarme a las rebajas, que con todo lo que ha pasado en Asia no voy a gastar yo en ropa pasada de moda, para que veas... Y ahí sí, supe que seguíamos en la ficción más absoluta, porque mi amiga será solidaria, no lo dudo, pero no hasta el punto de dejar las rebajas, si lo sabré yo. De modo que le contesté que no me creía nada y que se estaba engañando a sí misma. Entonces, entrañable como siempre, me dice: Vale, tienes razón, cariño. Estoy pronunciando lo que nunca será realidad, bueno, no hago daño a nadie, solo son mis contradicciones. Mira, peor es lo del presidente Ibarra, que parece convencido de que basta con lanzar propósitos en voz alta y cambiar el nombre a una consejería para augurar un mundo que pondrá a los extremeños a la cabeza de no sé cuántos prodigios y a lo mejor espera que nos lo creamos. Eso sí que es imaginación. A no ser, claro está, que él también se refiera al mundo de la fantasía, ése que solo existe para entretenimiento del personal, donde habitan deseos, augurios y promesas.