Tres ciudadanos cubanos murieron el lunes durante el tiroteo causado tras su intento de secuestrar una embarcación para salir del país. Otro barco, con una veintena de personas a bordo, fue desviado rumbo a las Bahamas. En La Habana funcionó el estribillo oficial: todo sucede por culpa de la política norteamericana de dar asilo automático a los cubanos que se declaran exiliados políticos. Washington reiteró ayer que quien llegue a su territorio mediante un secuestro se enfrentará a su dura legislación al respecto, pero en la práctica muchas veces no la aplica. Pero eso no recorta ni en un solo milímetro la responsabilidad de La Habana.

En el pasado mes de abril, Fidel Castro hizo fusilar a tres personas acusadas de delitos como los cometidos ahora para emigrar, pese a las peticiones de perdón que recibió de medio mundo, muchas de ellas enviadas por personalidades progresistas. Parece evidente que el mensaje de cruel escarmiento que quiso enviar entonces a la sociedad cubana no ha sido suficiente. El régimen debería preguntarse sin descanso el porqué. Pero parece ciego y sordo ante las aspiraciones de su pueblo y frente a la necesidad de empezar sin demoras una transición democrática consensuada.