Licenciado en Filología

El señor Romero de Tejada, presidente de los populares madrileños, ajeno a los triunfos de su partido, no se sabe si por olvido o por olvidado, ha sido sancionado por proporcionar datos falsos a la Consejería de Agricultura para conseguir subvenciones.

¿Se puede sancionar a un hombre desmemoriado porque no tenga en la cabeza todas las cabezas de ganado de su hacienda? ¡Bastante tiene el pobre ya con ser confundido a todas horas con un tunante a causa del naufragio de su pasado en las aguas turbulentas del olvido!

Si ya declaró en su momento en la Asamblea de Madrid que no recordaba la empresa donde trabajaba ni quién le pagaba, cómo se le atosiga ahora para que cuente, una a una, sus ovejas? Cómo un hombre demente va a saber cuándo paren o mueren las churras y las merinas y cómo va a distinguir los chivos de las cabras si tal vez no recuerde cómo llegó a hacerse con la propiedad en la que pastan? ¿No sabemos que uno de los síntomas degenerativos de la memoria es la regresión a la infancia, a la escuela, a aquellos difíciles problemas de patas y cabezas que pretendían calcular las reses que había en el aprisco?

¿Cómo se masacra a este hombre por un quítame allá unas ovejas, sin tener presente la grave patología de ocultismo que sufre de un tiempo a esta parte?

Sin duda la culpa es de esta administración rencorosa que no se cepilló, anticipatoriamente, a los ganaderos para acabar con los defraudadores y evitar el linchamiento moral que supone la publicación de sus nombres.

Y aquí es donde está la madre del cordero: si una persona, con antecedentes, engaña para hincharse, es un águila para los negocios, y hasta puede que le hagan presidente de un partido incompatible con la corrupción; pero si le cazan y se sabe, a eso le llaman linchamiento.