Escritor

Por lo que sea, le ha fallado. En pleno glamour ha podido incluso tirar fuegos artificiales desde su escaño del gobierno, o como hizo en su día Luis Miguel Dominguín, levantar el dedo índice en una faena, pero no, no, se le adelantó el diputado señor Murcia llamando maricón a Llamazares en un acto tabernario, propio de excéntricos y prepotentes, y lo que es peor, impropio de un diputado o de quien sea. O sea, que si el alcalde de Santa Amalia, o mejor dicho, el exalcalde pierde los estribos porque le hacen una coalición, pues en él está demostrar su altura democrática. Aznar estuvo bajo, rastrero como en él es habitual frente a ese ángel que necesita otro de la guarda, que es Zapatero, cuya educación raya en el martirio. Pero ése es su verdadero bagaje. Repito, que llamar maricón es de confrontación civil, y todos los que así se expresan, sean de la ideología que fuere, debieran ser apartados de los partidos con toda urgencia.

La otra imagen es la del príncipe Rodrigo Rato con la cojera. Lo primero que hay que exigirle a un cojo es saber cojear. Es precisamente en la cojera donde nunca debe fracasar un cojo, si sobre todo pretende, además, ser presidente del gobierno de la nación. Cojear, o saber cojear, fue un arte, porque no olvidemos el refranero español que "antes se coge a un mentiroso que a un cojo", y aquí coinciden además mentirosos y cojos, porque tanto Aznar como Rato mienten más que la gaceta de Fernando VII. O sea, que Rato, de entrada, es más mentiroso que cojo, porque cojea fatal. Y eso es grave.

En resumen, que la despedida de Aznar y la del alcalde de Santa Amalia tienen tintes muy parecidos, con un agravante, que la orquesta de Aznar lleva desafinando bastante tiempo, y cada día son más infumables los motetes de TVE.

En Mérida están, por el contrario, todos arribando, y es de esperar que la nueva orquesta comience a funcionar, pues concertino no le falta, ni director tampoco. Y cojear, de momento, no cojea nadie.