Días atrás le pedí a mi hijo Mario (dos años) que fuera a la habitación para despertar a su madre, y el niño, en un ejercicio de empatía y responsabilidad, me respondió muy serio: «No, que mamá está dormida».

Este episodio me ha recordado la situación que hemos sufrido con Rajoy, a quien nadie quería despertar... porque estaba dormido. Han tenido que intervenir el rey, la Unión Europea, los empresarios, Ciudadanos, los constitucionalistas manifestándose en masa y la hastiada opinión pública española para que don Mariano dicidiera que era hora de levantarse de la cama. Si por él fuera, no hubiera hecho nada con el conflicto de Cataluña hasta agotar la legislatura. Menudo marrón para alguien acostumbrado --démosle la vuelta a la expresión de Soraya Sáenz de Santamaría- a cenar la merienda.

Pero a la fuerza ahorcan y al final don Mariano ha tenido que poner en marcha el artículo 155, algo que los propios independentistas catalanes, llevados por su pulsión autodestructiva, estaban deseando. Algunos tratan de vender la idea de que Rajoy es el presidente que menos concesiones ha hecho al independentismo catalán, y es cierto, pero no por voluntad propia sino porque los anteriores presidentes hicieron tantas concesiones que ya no queda margen para ninguna más... exceptuando la desconexión. A Rajoy le asusta que haya violencia en las calles (nadie con sentido común la desea), pero va a ser inevitable: una comunidad en profunda rebeldía se ha saltado las leyes una y otra vez y ahora va a ser difícil ponerles en el cuello el lazo de la Constitución.

Los expresidentes anteriores (González, Aznar, Zapatero) son en este tema más contundentes que el presidente actual, pero no nos engañemos: Rajoy se está comiendo el hueso de la chuleta que cocinaron sus antecesores.

En cualquier caso, quedémonos con la buena noticia: don Mariano ya no puede seguir desoyendo la alarma de despertador.