El empecinamiento del PP en actuar como oposición de la oposición, para en esta ocasión minimizar el desgaste electoral sufrido por el caso Prestige y desviar la atención de sus responsabilidades como partido de Gobierno, propició ayer una bochornosa jornada en el Congreso. En un comportamiento inédito en cualquier tradición parlamentaria, la mayoría gubernamental abandonó el hemiciclo y reclamó a gritos la dimisión del portavoz de la oposición socialista, Jesús Caldera, cuando ninguno de los responsables de la ineficacia del Gobierno ante el desastre de la marea negra ha dejado su cargo.

Caldera le puso las cosas muy fáciles a Rajoy. El portavoz del PSOE se desprestigió el martes cuando acusó al Ejecutivo de haber tomado una decisión incorrecta en el alejamiento del petrolero utilizando una versión amputada de un informe oficial. Esta frivolidad merece disculpas que no han llegado. Pero cuando Rajoy se permitió ayer esquivar sucesivamente tres interpelaciones sobre la actuación del Gabinete dando como única respuesta improperios contra Caldera, elevó a cotas nunca vistas los malos modos parlamentarios. Sólo la impotencia explica esta histórica bronca que deja en mal lugar a la clase política española.