Mientras Moncloa aparca toda iniciativa para centrarse en el tema catalán, atravesamos un periodo de engañosa tranquilidad. Los partidos constitucionalistas afirman tener puesta todas sus esperanzas en el día siguiente, como si las encuestas no vaticinaran que puede que lo que alumbren las urnas sea una nueva edición de lo anterior, o un escenario ingobernable. Insensible al ridículo y presa de una verborrea cercana a la paranoia, Puigdemont sigue haciendo el payaso en Bruselas y, pese a que según los observadores optimistas, tiene a su formación de pasmo en pasmo, lo cierto es que las últimas encuestas aventuraban que continúa contando con un electorado fiel, dispuesto a admitir que, puesto que lo dijo su presidente, ese que no les ha mentido en nada, son ciertos todos los dislates sobre la pretendida amenaza de muertos en la calle, frente a la que en su infinita bondad y prudencia se plegó y huyó.

Los encarcelados ahora cambian de estrategia defensiva y declaran acatar el 155, advirtiendo que siempre lo acataron sin que se notara. Y, mientras de Forcadell a Junqueras acatan por no entrar en prisión o por salir de ella, la estrambótica señora Rovira, más verborreica aún que el prófugo, insiste en que es verdad lo que niegan desde Urkullu a Omella, a saber, la violencia extrema preparada por ese estado diabólico que le permite seguir un día y otro decir esas cosas sin despeinarse. Lo cierto es que esta señora, que puede ser la próxima presidenta de la Generalitat, no acata, tal vez porque no está en la cárcel, amenaza con seguir implementando la república, lo que presupone que se considera en ella y miente por triplicado cuando afirma que sempre, sempre, sempre optaron por la vía bilateral.

En el otro lado, Sánchez-Iceta siguen con el no a todos --menos a Unió-- y el sí al PSC, Domenech se ancla en la ambigüedad y, en Madrid, Rajoy advierte de que la reforma de la Constitución no puede ser un premio para quienes han pretendido liquidarla. Así el patio, ¿creen ustedes que la solución va a estar en el 21 D?