La designación de Alfonso Cano para suceder al frente de las FARC a Manuel Marulanda, ´Tirofijo´, fallecido en marzo, supone en parte un éxito personal del presidente de Colombia, Alvaro Uribe, cuya presión sobre la guerrilla la ha debilitado de tal manera que ha dejado sin demasiados argumentos a los irreductibles, encabezados por Jorge Briceño, contrarios a negociar con el Gobierno de Bogotá. De ahí a que se precipiten los acontecimientos y se agilice la liberación de secuestrados media un mundo, porque los profesionales de la lucha armada, de un lado, y una parte del Ejército y la policía, del otro, asocian negociación a claudicación.

Aun así, lo más probable es que el conflicto colombiano entre en una guerra de posiciones dialéctica y militar en la que Cano, con los atributos típicos del intelectual desclasado que abrazó la acción directa, aparece mejor dotado para dirigirla que Marulanda y el núcleo campesino que hace más de 40 años se adentró en la selva. Esa es, al menos, la esperanza de quienes, con los antecedentes de la disolución del M-19 y el desarme más reciente de los paramilitares, creen que nunca se ha dado una situación tan favorable para acabar con la sangría. Otros datos que alimentan los buenos augurios son el goteo de bajas en la cúpula de las FARC y las rendiciones y deserciones, cada vez más frecuentes. En cambio, el interés del narcotráfico en mantener vivo el conflicto, y el comportamiento de los presidentes de Venezuela y Ecuador, muñidores de la crisis colombiana en su propio beneficio, mantienen abiertas, por desgracia, muchas incógnitas.