El Consejo Rector del Patronato del Festival de Teatro Clásico de Mérida, el máximo órgano de la institución, destituyó ayer a Francisco Suárez, director del mismo en las últimas tres ediciones. La decisión de los responsables del Festival estaba cantada y ya circulaba en los medios culturales de la región ´sotto voce´. Y es que poco margen tenía Suárez después de la tragicomedia --comedia para el público; tragedia para el certamen y su prestigio-- que supuso la súbita cancelación de la obra que abría el festival, --Medea 2, del griego Dimitris Papaioannou--, y que desveló que los responsables del mismo, con Suárez a la cabeza, habían sido traicionados en su buena fe. Eso en el mejor de los casos, que de cualquier modo resulta imperdonable cuando se ocupa el puesto de mando en un festival que pretende ser una de las señas culturales de Extremadura para su proyección nacional e internacional.

La defenestración de Suárez, sin embargo, no solo se debe a lo ocurrido con Medea 2. El festival había perdido, a ojos vista, la estatura que tradicionalmente tuvo así como el rumbo que ha marcado históricamente su identidad, y junto a producciones sólidas se han programado otras que pretendían buscar su justificación en la asistencia de público (el número de espectadores ha sido una obsesión de responsables técnicos y políticos del certamen), aunque la escena de Mérida se conmoviera acogiéndolas y el interés sobre el Festival de los medios nacionales fuera languideciendo.

El sustituto de Suárez no lo tendrá fácil. Deberá cuadrar el círculo: lidiar con un presupuesto mermado y recuperar el esplendor perdido. Pero ya se sabe, el teatro es un milagro. Mérida los espera.