Aunque el camino hacia un trabajo con unas condiciones y un sueldo dignos es largo y escabroso, hubo un tiempo en el que muchas de nuestras reivindicaciones se plasmaron sobre el papel como un primer paso hacia su consecución. Albergamos la esperanza de que nuestros hijos nunca las perderían, es más, estábamos seguros de que las consolidarían y las ampliarían. La realidad, sin embargo, ha contrariado nuestras expectativas. A favor de la flexibilidad, se firman contratos volátiles, con lo que la estabilidad laboral dura un suspiro. En nombre de la competitividad, los salarios son míseros. La baja productividad se achaca al trabajador, obviando la escasa inversión que realizan las empresas en medios y materiales para facilitar el trabajo y obtener más y mejor producción. La prevención de los riesgos laborales sufre, así mismo, la tacañería del empresario: la sangría es vergonzosa e imparable. Quien intenta establecerse por su cuenta, a fin de resolver su vida con el autoempleo, sufre todo el peso de la interminable e irracional burocracia mientras lo devoran los tributos. Se ha impuesto entre la clase empresarial el pelotazo , el conseguir pingües beneficios a corto plazo. Los especuladores han dado al traste con el honroso concepto de empresario. Con este panorama social, los sindicatos no pueden seguir anclados en tópicos y consignas. La globalización ha de trasladar a los países pobres y en vías de desarrollo los derechos que siempre hemos defendido en Occidente. No pueden permanecer impasibles ante el intento claro de convertir a nuestros hijos en esclavos para competir con mano de obra cuya productividad se basa en jornadas interminables y en sueldos de hambre. Defender a los trabajadores implica encararse con los políticos, y no ser sus voceros; obligarles a la austeridad, de la que deben ser paradigma, denunciando las abismales diferencias existentes entre el sueldo que detraen del erario público y el del resto, y las astronómicas cifras que frívolamente conceden a esta o aquella asociación porque bailan a su son... Hay que ponerse al tajo.

Ana Martín Barcelona **

Cáceres